Hace algunos días, mientras caminaba por la calle, escuché una curiosa frase que desconocía. Un hombre ya mayor le dijo en tono burlón a un muchacho: “Te pasó como al francés: por subirte al guayabo”.
La segunda parte de la oración se trata a todas luces del conocido juego de palabras de doble sentido que todos conocemos y que se refiere al acto de tener relaciones sexuales, pero la primera: “Te pasó como al francés”, ¿a qué se debe?
Sobre la frase “subirse al guayabo” existen varias teorías que indican que se trataba del apodo de una bellísima muchacha española, que por alguna razón al árbol –al guayabo– se le asociaba con el cuerpo femenino o que incluso a la guayaba como tal se le identificaba con los testículos, como sucede ahora con “los aguacates”. No falta el mal pensado que asegura que de la tercera teoría nació precisamente el nombre de la famosa camisa hoy llamada “guayabera”. Es decir, una prenda de vestir lo suficientemente larga como para llegar a los guayabos. Aunque en Cuba, donde también se disputan el origen de tan fresca vestimenta, aseguran que el nombre nació a partir del río Yayabo, pues en sus márgenes solía utilizarse una camisa similar, misma que era llamada “yayabera”, muy propia de los habitantes de aquella región.
En fin, cualquier teoría puede ser verdadera o las tres pueden resultar falsas. Lo que sí es un hecho es que, en el tiempo de la intervención francesa en nuestro país, sucedió un conflicto armado que tuvo el curioso nombre de “Batalla del Guayabo”, y que seguramente dio origen a la singular frase que escuché. Veamos.
Fue el 10 de noviembre de 1866, en el marco de la segunda intervención francesa en México. Entonces, el general galo Alfredo Berthelin, jefe de la gendarmería imperial, a quien apodaban “La Avispa”, fue comisionado para combatir a la guerrilla mexicana en los actuales territorios de Jalisco y Colima.
Astuto, soberbio, al mando de cien soldados franceses (que por entonces se consideraban los mejores del mundo) y de 150 reservas mexicanos, Berthelin tenía la consigna de exterminar a las fuerzas de Julio García, un político vuelto militar más por necesidad que por gusto, pero que, por diversas circunstancias, se había convertido ya en una severa molestia para el imperio de Maximiliano.
Enterado de los planes en su contra, y sabiéndose en notoria desventaja, García se adelantó a los hechos: dividió en dos a sus fuerzas. La de menor número la colocó al mando del coronel Ignacio Zepeda y los mandó por delante.
Lo que Berthelin encontró en la población de El Guayabo, en Tonila, Jalisco, límites con Colima, terminó por desbordar su confianza: ante sus ojos tenía a un pequeño grupo de rebeldes mal armados y mal comidos, quienes apenas alcanzaron a disparar un par de tiros antes de salir huyendo.
Lleno de displicencia, el general ordenó a sus hombres perseguirlos y acabarlos. Muy tarde entendieron que habían caído en una trampa. Allá, detrás de una loma, los estaba esperando Julio García junto con todos sus soldados, perfectamente atrincherados y listos para derrotarlos.
La batalla duró muy poco. De los 250 soldados que eran, solo treinta vivieron para contarlo. Entre los treinta no se encontraba el general Alfredo Berthelin. Su cabeza fue cortada y colocada, a manera de trofeo, en todo lo alto de la Hacienda de Trojes, propiedad de Julio García, aunque poco después alguien la bajó, la metió en un recipiente con alcohol y la envió al estado de Colima, de donde García había sido gobernador en dos ocasiones.
Con el tiempo, esta historia adquirió tintes de leyenda, a tal grado que hay quienes aseguran que, junto con la cabeza, se mandó una chocarrera nota que sentenciaba: “Esto le pasó por subirse al Guayabo”.
Gracias a la muerte de Berthelin, Julio García fue ascendido a general. Cuando falleció, en 1876, en su Hacienda de Trojes, los gobiernos de Colima, Jalisco y Michoacán ordenaron levantar un monumento en su honor.
Por cierto que la leyenda de la nota enviada junto con la cabeza del francés posee el eco de una historia que sucedió casi medio siglo después, el 2 de enero de 1911, en Guerrero, Chihuahua. En esa ocasión, Pascual Orozco emboscó a la tropa comandada por el general Juan N. Navarro. Al finalizar la breve y rápida batalla, ordenó que los cadáveres fueran desnudados y que los uniformes fueran enviados al presidente Porfirio Díaz con una simple pero aguda nota: “Ahí te van las hojas, mándame más tamales”.
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Pintura: «Entrée du corps expéditionnaire français à Mexico, juin 1863» (1868) de Jean-Adolphe Beaucé (1818-1875).