Por Enrique López Aguilar
De traiciones y plagios es la cuarta entrega narrativa de Marcela Quintero y es una novela que bien puede ubicarse dentro del género conocido como “novela de aprendizaje”, o Bildungsroman, término acuñado en 1819, en Alemania, por el filólogo Johann Morgenstern, pero que permite englobar a muchas novelas que se encuentran más allá y más acá del Romanticismo alemán. Esencialmente, este género se ocupa de la evolución personal del protagonista, desde la infancia hasta la madurez, con tres etapas bien definidas: la formación juvenil, los años de peregrinaje y el perfeccionamiento.
El hecho de que la novela de Quintero haya sido publicada en el siglo xxi, bien podría ser indicadora de que la etapa predominante sea la de la “formación juvenil” de Gonzalo, el protagonista, y que las otras dos se entrevean desde los capítulos finales, aunque, en coincidencia con el pesimismo de José Emilio Pacheco en Las batallas en el desierto, cabría preguntarse si la autora percibe un verdadero “perfeccionamiento” en el futuro de Gonzalo, en tanto que ella pareciera adherirse a la vertiente negativista de la Bildungsroman, donde la maduración del personaje protagónico se relaciona más con el desencanto, o con el fracaso.
La de Gonzalo parece una historia sencilla y se cuenta en primera persona narrativa desde los 15 hasta los 30 años de su edad, aproximadamente: en lo que yo percibo como la primera parte de la novela, se ve a un hijo de padres divorciados y aficionado a la lectura, al protagonista adolescente que debe mudarse de la colonia Roma a San Ángel debido a un segundo matrimonio de su madre; eso lo obliga a estudiar en el Colegio La Salle, donde se hace amigo de Adelfo y Ana, una mancuerna que tendrá un peso significativo durante los años de los que se ocupa la novela. Aunque, después del bachillerato, Gonzalo estudia en la Escuela Libre de Derecho, su vocación íntima es la escritura, como en el caso de Stephen Dedalus (protagonista de Retrato del artista adolescente, de James Joyce), mientras que su vida amorosa queda a cargo de Ana y Débora, compañera de su padre biológico.
Después de titularse como abogado, Gonzalo comienza a escribir libros que inscribe meticulosamente en el Registro Público del Derecho de Autor, aunque permanezcan en formato manuscrito (el protagonista-narrador no aclara si se trata de documentos escritos a mano, mecanográficos o cibernéticos): El camino efímero de los recuerdos, Cuentos de luz y oscuridad y Esquizofrenia social… lo cual, a la postre, parece un error, pues no tardará en descubrir que Leonardo Siracusa, escritor de renombre, ha publicado una novela llamada Laberintos esquizoides, que no solo tiene un notable éxito, sino que plagia el último manuscrito de Gonzalo, lo cual ha ocurrido por caminos que se antojan misteriosos. Allí arranca lo que puede considerarse la segunda parte de la novela, en el que el problema del plagio se impondrá a los otros que ocupan al protagonista.
¿Cuáles son las traiciones anunciadas en el título de la novela? Desde la perspectiva de un discursivo juego sorjuanesco, en el tono del soneto “Al que ingrato me deja, busco amante…”, parece que casi ninguno de los personajes pudiera quedar a salvo de cometer alguna clase de felonía en la novela de Quintero: así ocurre cuando la madre de Gonzalo le anuncia inesperadamente a su hijo que se casará con Alfredo (padrastro incomodísimo); cuando Ulises Ramírez, compañero de secundaria y mentor intelectual del protagonista en el Colegio Amado Nervo, se suicida (no menos inesperadamente); cuando Gonzalo tiene relaciones con la mujer de su padre, Débora (madrastra comodísima); cuando Adelfo tiene sexo con Ana (a quien Gonzalo considera su pareja, así sea inconscientemente); cuando Ana anuncia su matrimonio con Antoine Dubois (que no se realizará); cuando muere Ana, por causa de un cáncer cerebral; cuando ocurre el plagio literario de Siracusa (en tanto que todo hurto intelectual termina por ser una traición a los principios autorales); cuando, al final, de manera casi fortuita, Gonzalo presencia el suicidio de Adelfo (no obstante que ese sacrificio es, de hecho, una reivindicación para el protagonista)…
Así enumeradas, las traiciones revisadas en la novela tienen que ver con decisiones de otros que implican un cambio de destino personal y se relacionan con abandonos e intereses personales que suponen pasar por encima de otro(s)… En De traiciones y plagios, nadie se salva, ni siquiera el protagonista, lo cual confirma la visión pesimista de la autora respecto a su Bildungsroman. ¿Qué tanto es tantito? ¿Qué tan graves son las traiciones? Deben serlo, en la perspectiva de un camino de vida, en tanto que un narrador, casi nel mezzo del camin della sua vita, las asienta en el texto de manera señalada. Y deben serlo, mucho más, desde la perspectiva de una educación sentimental.
En un nivel más vernáculo, en tanto que nadie queda a salvo de ser un traidor en la novela de Quintero y, por lo mismo, no hay quien pueda tirar la primera piedra (de acuerdo con lo dicho por Jesús al defender de la lapidación a la mujer adúltera, según Juan 8, 1-11), el galimatías de las traiciones recuerda a “Burundanga” (1953), de Óscar Muñoz Bouffartique, salsa cantada por Celia Cruz con la Sonora Matancera durante sus años de gloria:
Songo le dio a Borondongo
Borondongo le dio a Bernabé
Bernabé le pegó a Muchilanga
Le echó a Burundanga
Les hinchan los pies…
Es decir, todos contra todos.
(Antes de seguir adelante, debo declarar que el personaje narrador puede llegar a ser un tanto insoportable con algunos detalles de su narración: detalla nombres de restaurantes y comidas ingeridas en ellos, ofrece títulos de lecturas y nombres de autores como si hiciera un trabajo escolar, pero dedica tres pulcras y castas líneas de su primera relación sexual con Ana, cuando debería ser al revés, digo yo. Queda claro que sí aprendió a elaborar referencias en La Salle y en la Escuela Libre de Derecho.)
Hace algunos años, durante el mes de febrero de 2011, estalló en México un escandaloso caso de plagios literarios y de corrupción editorial que causó la renuncia de Sealtiel Alatriste, hasta ese momento Coordinador de Difusión Cultural de la unam (desde 2007), espacio universitario que, de por sí, maneja presupuestos amplios, generosísimos y millonarios. Lamentablemente, no es el único caso de algún personaje famoso del medio literario involucrado en el hecho de medrar a expensas de obras de autores “desconocidos”, si se considera que ni los mismos Héctor Aguilar Camín, Carlos Fuentes y José Saramago dejaron de quedar embarrados en una sospecha de plagio (en los que, ¿qué creen?, Sealtiel Alatriste tuvo un papel protagónico como triangulador entre la obra plagiada -de algún escritor que hubiera ofrecido alguna obra primeriza a Editorial Alfaguara, donde él decidía qué se publicaba y qué no-, y el escritor afamado al que se proponía un manuscrito interesante e inédito: todo un tratante “de blancas”, si se considera el tradicional color de las hojas de papel bond, tamaño carta, necesarias para presentar manuscritos). Su condición de plagiario fue evidente desde 1997, por denuncia de Malu Huacuja.
Me parece que, en la novela de Marcela Quintero, existe un trasunto de Alatriste, que es Leonardo Siracusa. Evidentemente, en la novela no se siguen los pasos ocurridos durante los acontecimientos “reales” del posible trasfondo, pero es indiscutible que el final de Siracusa es el que todos hubiéramos deseado para el excoordinador antes mencionado. Estoy convencido de que la autora de la novela se propuso una especie de venganza literaria, mucho más permanente, letal y eficaz que la estrictamente legaloide. Debe reconocerse la capacidad de la novelista para describir, de la manera más creíble, la manera como los plagiarios con poder son capaces de mantener a raya a sus denunciantes; se trata de una de las secuencias más luminosas y verosímiles de la obra. ¿Será que, en el ejemplo comentado, Marcela ejerce su experiencia como abogada? ¿O será su indignación frente a los casos reales de plagio literario y artístico, con todo lo que implica de desprecio y ninguneo por parte de los omnipotentes santones literarios contra sus víctimas?
Al final, la etapa de “aprendizaje” o “formación” de Gonzalo se nutrió con traiciones y plagios. De nada le sirvieron esos casi inverosímiles arranques de erudición petulante mostrados junto con Ana y Adelfo al principio de la novela, cuando exhiben sapiencias literarias poco esperables en lectores quinceañeros: ni el amor, ni las lecturas, ni la creación literaria rescatan a Gonzalo de la inevitable confrontación con la vida “real”, pletórica de cinismo e inescrupulosidad. En dicho sentido, la siguiente frase de Sartre pudiera servir como epígrafe general para la novela de Quintero: “el infierno son los otros”, que se regresa, a la manera de un bumerang, a quien la profiere, pues el “yo” que habla es un “otro” para los demás, construidos desde otros yoes.
De traiciones y plagios contiene muchas mortandades: a lo largo de la novela van muriendo Ulises, Ana, Leonardo Siracusa y Adelfo. La Pelona tuvo mucho trabajo en esta novela. Para efectos de la vida sentimental de Gonzalo, al final se queda solo, máxime que sus padres no son verdaderos soportes afectivos en su vida. Los años de Wanderjahre y Läuterung (peregrinación y perfeccionamiento) se ven remotos en la perspectiva de ese protagonista que, alrededor de sus 30 años, parece la viva imagen de un integrante de la generación de los llamados millennials. Es cierto que, desde la mitad de la novela, ya no vive con ninguno de sus progenitores, ni depende de ellos económicamente, pero desde el punto de vista afectivo y pragmático es rebasado sistemáticamente por su entorno. La moneda queda en el aire desde la carta de Adelfo con la que termina De traiciones y plagios: “Yo sólo diré que con la muerte de Leonardo Siracusa, escritor embustero y la mía, mi amigo Gonzalo recuperará su vida…”[1].
¿Eso será posible? Pocas líneas después, concluye la obra. Tal vez, entonces, ésta coincida con el final de la Jugendlehre (el aprendizaje de juventud) y deje abierto el devenir del protagonista desde un entorno desolador y con una perspectiva desalentadora.
Salud por tu novela, Marcela.
Muchas gracias por su atención.