En la actualidad, gran parte de la dieta de los seres humanos proviene de las gramíneas y sus derivados. ¿Qué son las gramíneas? Una familia de plantas entre las que se encuentran la caña de azúcar, el trigo, el arroz, el sorgo, la cebada, la avena, el centeno y el bambú. Sin embargo, su principal representante es también el más consumido a nivel mundial, además de ser un invento profundamente mexicano: el maíz.
En efecto, el maíz es un invento, y su creación se llevó a cabo en suelo nacional.
Las primeras evidencias de maíz se han encontrado en el valle de Tehuacán, en el estado de Puebla, y datan de hace siete mil años aproximadamente. Elaborado a partir de la semilla de una planta silvestre a la que los antiguos pobladores llamaban teocintle, la cual es el abuelo silvestre de nuestro maíz moderno, el hombre logró su domesticación y transformación a base de experimentos y observación.
Llamado tlaoli en lengua náhuatl, desde su creación al maíz se le ha atribuido un carácter divino. Los mexicas creían que el ser humano fue creado a partir de una mezcla de polvo proveniente de los huesos de los antiguos pobladores de la tierra, y maíz. Sobre esta masa, los dioses derramaron gotas de su propia sangre; con esta masa, el ser humano fue moldeado.
El pueblo mexica consideraba que el año comenzaba con la fiesta de ochpaniztli o de las siembras, la cual se celebraba a principios de abril. Pues bien, durante esta festividad (que significa “barrido”) lo primera que se realizaba era una profunda limpieza. Se barrían las casas, las calles (las cuales de por sí se barrían dos veces al día) y se repintaban los templos. Es decir, venía una verdadera renovación, un auténtico renacimiento.
En ocasiones, en diversas regiones de Mesoamérica, los hombres eyaculaban sobre las tierras de cultivo, con la esperanza de “fecundarlas” y obtener así una mejor cosecha. Después de todo, una buena cosecha de maíz garantizaba la supervivencia de todo el pueblo, pues este cultivo servía de alimento, pero también de tributo.
Ha sido tanta la importancia que el maíz ha tenido a lo largo de nuestra historia, que una vez hasta tuvo a su apóstol. Así es. Esto sucedió a finales de la década de los cuarenta del siglo pasado, cuando cierto político carismático fue designado cabeza de la Comisión Nacional del Maíz.
Este político era, además, guapo (eso decían las mujeres), de palabra fácil y trato ligero. Es decir, un político como los que ya no se ven. Sus posiciones progresistas, y muy adelantadas a su época, lo hicieron merecedor del mote de “El apóstol del maíz”. Su nombre era Gabriel Ramos Millán.
En 1949 era senador de la República e íntimo amigo del presidente Miguel Alemán, quien lo había colocado al frente de dicha Comisión. Ramos Millán cumplió con creces: gracias a un tipo de semilla mejorada (híbrida) se logró satisfacer el mercado interno y –por primera vez en la historia– exportar el producto.
Su buena fama lo señalaba como un viable candidato a la Presidencia y, por tanto, como el siguiente mandatario designado por el buen arte del dedazo. Sin embargo, la muerte lo encontró en el camino. El 26 de septiembre de aquel año falleció en el famoso accidente aéreo conocido como “La Tragedia del Popocatépetl”.
El político regresaba de una gira por Oaxaca cuando el avión en el que viajaba se estrelló en la ladera del volcán. Los testigos afirmaron que la nave explotó en el aire. Entonces, al mismo tiempo que salían a la luz algunos trapos sucios, se habló de un atentado. Ramos Millán, después de todo, era de origen humilde y en pocos años (murió a los 46) logró amasar una considerable fortuna. Era el principal accionista de diversas empresas, que incluían fraccionamientos y líneas aéreas.
La teoría del bombazo se reforzó gracias a la especulación: la única fotografía –hábilmente recortada– que apareció en los periódicos retrataba solo la parte superior del avión. La parte inferior jamás fue mostrada. Su campaña presidencial, para la cual se había acuñado precisamente aquello de “El apóstol del maíz”, no alcanzó a arrancar de manera oficial.
En ese trágico vuelo viajaba también la célebre “Chorreada” de Nosotros los pobres, la actriz Blanca Estela Pavón, quien llegó al aeropuerto de Oaxaca desesperada, pues debía estar en la Ciudad de México ese mismo día. Al no encontrar boletos, un admirador le cedió su lugar, y también su destino.
Por mera coincidencia –pues no acostumbraba hacerlo– aquella mañana Blanca Estela había ido a misa, se había confesado y alcanzó a comulgar. No murió por el estallido ni por el impacto: sobrevivió al accidente y murió en tierra, rezando.
Quienes la encontraron dijeron que la actriz estaba completamente desnuda. Lucía una piel tan perfecta y blanca que se confundía con la nieve. La amarraron al lomo de una mula y la bajaron al pueblo. Tenía apenas 23 años.
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