Desde los primeros tiempos y para todas las culturas, la escritura ha sido un elemento de importancia vital para los hombres, las sociedades, el conocimiento, el arte, la historia y la comunicación. Lo escrito nos fascina, transmite, enseña y nos abre, como lectores, millones de ventanas hacia todos los mundos posibles.
Para los mayas, quienes posiblemente inventaron la escritura en Mesoamérica, no es la excepción. Hay vestigios de inscripciones simbólicas desde el siglo III d.C. en cerámica, muros, madera, piedras y códices en papel amate. La gran mayoría de estos últimos fueron destruidos por los españoles durante la Conquista, pero hay cuatro que sobreviven: el Códice de Grolier o Fragmento de Grolier; el Códice de Dresde, el cual es considerado el más importante; el Códice de París o Códice Peresiano; y el Códice de Madrid, al cual también se le conoce como Códice Tro-cortesiano del Museo de América de Madrid. Estos libros son una fuente de información primaria que nos permite un mejor acercamiento a esta emblemática cultura prehispánica: a sus creencias, rituales, religión, costumbres, cosmovisión, pensamiento y calendarios.
El Códice Madrid es un manuscrito que pertenece a la fase tardía de la escritura maya y fue realizado en diversas lenguas mayas (principalmente cholano y yucateco), por medio de jeroglíficos, a lo largo de los siglos XV al XVII, correspondientes al periodo posclásico e inicios de la Colonia. La parte que se conserva consta de 56 hojas pintadas por ambas caras pero se desconoce su longitud total original. De los libros que sobrevivieron es el más largo con una longitud de 6.82 metros. Tiene una altura de 22.6 centímetros y un ancho de 12.2 centímetros.
Está compuesto por 250 almanaques —o secciones que siguen el calendario ritual de 260 días— que llevan como temas actividades de la vida diaria. El largo tiempo en el que fue creado, el cambio en las tintas y la extensión del texto, son prueba de que más de una persona intervino en su creación; hasta nueve escribas pudieron haber participado. Estos eran sacerdotes que se situaban en lo más alto de la sociedad maya, directamente emparentados con los gobernantes.
El contenido, siempre relacionado estrechamente con una visión astronómica del mundo y de la existencia, da cuenta del saber de la vida cotidiana como el tejido, la confección de máscaras, agricultura, ceremonias, enfermedades, escritura de cartas, la guerra, linaje, mapas, glifos de nombres, tributos, comercio, manufactura de cerámica, apicultura, caza, política, así como de su relación con los rituales y deidades a las que están asociadas. Por otro lado, las secciones de carácter religioso tratan de mitología, profecías, cálculos calendáricos, astrología, sacrificios, medicina y descripción de rituales y ceremonias sagradas.
El uso del códice estaba reservado únicamente para los sacerdotes-escribas y los gobernantes. Lo cual apunta a que era considerado por los mayas como un texto religioso de consulta para la adivinación, pronosticación y el ritual. Con ayuda del libro se regían para señalar los tiempos de siembra y cosecha, el momento oportuno para ir a la caza o a la guerra, intervenir en asuntos económicos y políticos, comunicarse entre sacerdotes, así como ejercicios para ver lo que había sucedido mucho tiempo atrás o para adivinar lo que vendría. Con todo ello buscaban una existencia armónica entre sí y con el universo, en el presente, pasado y futuro.
Después del proceso de la guerra de Conquista, el Códice de Madrid quedó dividido en dos partes. La primera la adquirió el archivista Juan de Tro y Ortolano a mediados del siglo XIX y fue publicada en París años más tarde. La segunda la consiguió en Extremadura por Juan Palacios. Ambas fueron compradas por el Museo Arqueológico de Madrid en 1888 y 1872 respectivamente, donde volvieron a unirse y encontraron su actual refugio.