Se cumplieron 20 años de la aparición de Utopía 7 (Leopoldo Laborde, México, 1995), película mexicana de culto, que a pesar de su género, la ciencia ficción, su manufactura y demás estigmas que la acompañan ha logrado abrirse paso en la historia del cine nacional. Para festejar este acontecimiento, y conmemorar el vigésimo aniversario luctuoso de Claudio Brook, actor mexicano que participó en esta película, la última donde actuó, se realizó una función especial en la Cineteca Nacional.
Utopía 7 cuenta la historia de un mundo posapocalíptico, donde una computadora, la mismísima “Utopía 7”, toma las decisiones que llevarán a la humanidad por buen camino. Sin embargo, estos no siempre son decretos netamente humanos. “Utopía 7” ha decidido terminar con los niños, pues los considera una amenaza, así que cada infante, adolescente o similar que sea visto en las calles será asesinado. Claro que en todo régimen hay una fracción de disidencia, y como buenos humanos, un grupo de niños busca abolir la dictadura de la máquina, a la vez que pelea por el más importante de los derechos humanos, el de la vida.
Utopía 7 es visualmente impresionante. Sí, a pesar de los efectos especiales realizados gracias a la pirotecnia mexicana, los autos Hot Wheels y los empaques de cartón de la tienda de la esquina, pues su grandeza visual no radica en el realismo de los efectos, radica en la pericia técnica de la edición y del imaginario lúdico que rememora a los juegos infantiles. Así como los niños imaginan a la escoba como sable jedi, en la cinta se nos invita no simplemente a ver, sino a metaforizar, a pensar e imaginar que lo que vemos no es lo que aparenta, es una fantasía, un juego simbólico, un engaño de nuestros ojos para el cerebro. Y a final de cuentas ¿Qué es el cine si no eso? Una ilusión que viaja frente a nuestros ojos en 24 cuadros por segundo. Y sí, tenemos una educación visual ya bastante mal formada, donde lo que no luce como Hollywood parece no ser válido, pero ¿qué diferencia hay entre un truco y otro? si al final de cuentas cumple su cometido: el de hacernos sentir dentro del sueño, del juego, del mundo imaginario.
La historia es la de un cómic, hoy también de culto, y se nota. Es también una historia que solo pudo crearse en esa época; que sabe a los ochenta y noventa, y que retrata ese futuro de tecnología aún imperfecta, aún con sabor a falla, a factor humano. Una ciencia ficción que deambula entre el Multivac de Isaac Asimov y las deprimentes aseveraciones de Philiph K. Dick. También está presente “El señor de las moscas” y su metáfora sobre el mundo real, así como la mano amiga de Roger Corman y sus enseñanzas sobre el cine de bajo presupuesto, donde todo es posible. Utopía 7 se adelanta a su época, a las sagas juveniles de muchachos disidentes que luchan contra el dictador del futuro. Es también una ciencia ficción netamente mexicana, no solo la tropicalización de un tema en boga. Está en los personajes, en la trama y en la manufactura misma. El humor del mexicano, de chistes lo mismo verdes que blancos, y que aunque sean esperados terminan por cumplir su cometido. Está también el ingenio de la gente de este país, y su manera de solucionar las cosas, planeando en el ensayo y el error, arriesgándose al máximo por el amor. Porque los apodos son necesarios en el futuro, igual que el sexo premarital y los juegos de video.
Algo muy significativo de la cinta es que a pesar de tener claros protagonistas y antagonistas, los personajes secundarios, y hasta terciarios, tienen un peso importante, con acciones que demuestran la valía del más pequeño del grupo, del engranaje oculto que parece no servir de mucho, pero que está ahí por una razón, y es útil y valioso cuando se le necesita. Claro que, si nos ponemos puristas, la historia da saltos cuánticos casi indescifrables y la continuidad es casi nula, sin mencionar las muy notables similitudes en otras historias como Blade Runner. Pero Utopía 7 es más de lo que aparenta, no está en su peripecia técnica el valor de la cinta, está en todo lo que engloba ésta. El ver a niños actuando de esa manera, a veces real, a veces exagerada, pero siempre en tono y forma, pues comprenden que lo que hacen es un juego, una mentira, y que como buena mentira, debe ser creíble para que sea válida.
La condición lúdica del ser humano está expuesta en el metraje de esta película mexicana pues lo que estamos viendo en cada momento es a un grupo de niños interpretando personajes y situaciones que no son reales, pero que su cuerpo y su mente pueden hacer que lo sean. Y nos invitan a ese juego, y si dejamos un poco de ser adultos, de olvidar lo que sabemos, y abrimos nuestro cerebro a lo nuevo, seremos partícipes de esa fantasía hermosa y plausible. El maestro Brook lo entendió, y por eso se involucró con un abrazo en este proyecto, y por eso regala una actuación inigualable, solo una personaje como él sería capaz de entender que no hay mucha diferencia entre Laborde y Buñuel, pues ambos son creadores de mundos alternos, oníricos y cinematográficos que bien pueden ser recibidos por quien se abra a romper la reglas o relegados a lo incomprensible, por no ser parecidos al molde establecido de lo ya previamente masticado.
La película merece ser vista nuevamente, merecería estar rodando por cineclubes, escuelas y retrospectivas, pues su valía es mucha para que se le abandone en la anécdota del libro de historia, o en la reseña crítica que aquí se presenta. Al ver esta película uno imagina las posibilidades, lo que se podría hacer con una historia así en tiempos actuales. Pero, haya o no remake de la cinta, su valor se perdería en la formulación de efectos más plausibles o menos “charros”. Pues regreso a lo mismo, su valor es el de la imaginación. Esta es una cinta que incita a usar la mente, no por su cuestión política, que la tiene, o pretensión filosófica, que también la tiene, sino porque incita a quien lo vea a ser partícipe, a meter las manos a la plastilina y moldear sus propias visiones; pocas cosas en la vida logran tal efecto. Larga vida para “Utopía”