Extrañamente, y de manera casi obsoleta, seguimos celebrando el Día de la Raza cada 12 de octubre. Somos una sociedad a la que le cuesta trabajo cambiar hasta en los detalles que son evidentemente arcaicos.
¿De qué raza hablamos? Reciben el nombre de raza los grupos en los que se subdividen algunas especies biológicas, pero el hombre es una sola especie, por lo tanto una sola raza. Esa idea viene del siglo XVI y, a partir de 1960 con la aparición de la genética humana, cayó en desuso por inexacta.
La raza humana es una y su diferenciación se hace por etnias, que además de características biológicas incluyen características culturales. Y es evidente que en México no hay un único grupo.
Según el Instituto Nacional de Medicina Genómica, el genoma humano de los mexicanos es una mezcla de 35 grupos étnicos, presentes de manera diversa en el país. Por dar sólo dos ejemplos, 58 por ciento de los sonorenses tiene en su genoma componentes mayoritariamente europeos, mientras que el 22 por ciento de los guerrerenses provienen de genes africanos.
¿Raza de bronce? Este termino tan recurrido en nuestra literatura y nuestra política es un buen ejemplo, pues el bronce no existe de manera natural, es una aleación de cobre y estaño. Así somos nosotros. Una aleación, o más bien, muchas. El término viene de Amado Nervo, quien lo acuñó en 1902 con el poema “La raza de bronce”.
“Señor, deja que diga la gloria de tu raza, la gloria de los hombres de bronce, cuya maza melló de tantos yelmos y escudos la osadía”.
Amado Nervo / La raza de bronce
Para 1925, José Vasconcelos modificó el término hacia “raza cósmica”, concepto que influyó en la primera mitad del siglo XX, cuando se insistió en resaltar una sola personalidad como “lo mexicano”. Esta política de unificación dañó nuestra visión de que somos un grupo de etnias distintas. Tan concentrados estábamos en tener una identidad, que olvidamos que el conjunto de etnias diferentes es, a fin de cuentas, una enorme riqueza.
Como muestra de nuestra diversidad, en Europa se hablan lenguas provenientes de cinco familias lingüísticas. En México se hablan lenguas provenientes de 11 grandes familias lingüísticas. Existen familias lingüísticas en 29 de las 32 entidades políticas de este país. Las 11 familias integran a 68 agrupaciones lingüísticas, lo que tradicionalmente se llamaba un pueblo indígena, que generaba confusión pues existen muchos pueblos indígenas que hablan más de una lengua.
En nuestro país se hablan 364 lenguas o idiomas, denominadas variantes lingüísticas, que están integradas dentro de esas 68 agrupaciones.
De acuerdo con el INALI (Instituto Nacional de Lenguas Indígenas), es un error utilizar el término dialecto para las lenguas indígenas. Además de ser peyorativo y discriminatorio, desconoce la naturaleza compleja de esas lenguas.
Muchas otras lenguas han desaparecido pero aún se cuenta con registros de pobladores vivos que hablan con fluidez alguna de estas 364 lenguas.
No somos aztecas. El imperio azteca apenas llegaba a Irapuato y tenía huecos en varios sitios. Es tan erróneo como asegurar que todos provenimos de los españoles. De acuerdo con el censo de 2010, existen 6,913,000 habitantes mayores de 3 años que hablan alguna lengua indígena; 1,586,000 de ellos, sólo el 23 por ciento, habla náhuatl, mientras que 795,000 conservan el maya (11.5 por ciento) y apenas 21 personas hablan ayapaneco.
Pero no sólo hay culturas originarias. En el sureste de México hay una gran influencia de grupos provenientes de África y el Caribe. Las migraciones importantes también han modificado nuestro rostro. La española es la más fuerte, pero entre otras relevantes ha habido migraciones alemanas, rusas, coreanas, chinas, japonesas, guatemaltecas, salvadoreñas y cubanas.
Así pues, no sigamos con conceptos obsoletos, manteniendo inclusive una pirámide que se tragó el tráfico en Insurgentes y Circuito Interior de la capital mexicana, quizá para significar su obsolescencia. El Día de la Raza debe replantearse, quizá debería ser el Día de la Multiculturalidad.