Pedro López Hernández
En la actualidad, se conocen diversas obras que van desde los paisajes hasta retratos que no solamente cumplen la función de testificar, sino de expresar las cualidades, el carácter y otras características de quienes posaron. En el Museo Nacional de Arte (MUNAL), es posible encontrar artistas excepcionales.
Entre las obras de Juan Cordero, José María Velasco, Pelegrín Clavé, Miguel Cabrera, Eugenio Landesio, entre otros, existe un trabajo, fruto de un arduo análisis de conciencia y de habilidades mejoradas a lo largo de los años. El marco cumple con la función de no opacar la obra y bien sabe que decora un retrato excepcional. En términos generales, el cuadro puede rivalizar y hasta superar a exponentes como Frida Kahlo. Se trata de algo realizado por Guadalupe Carpio.
En fin, la obra es un autorretrato al óleo, donde se ve a una mujer vestida con satén, que sin asomo de timidez, voltea hacia quienes admiran el cuadro, invitándolos a conocer su mundo y de paso, presenta a su familia. Para conservar la intimidad, Carpio retrata una escena cotidiana, donde los miembros más significativos se encuentran. Mientras la madre de la pintora carga a su nieto menor, una niña de tirabuzones dorados (hija de la retratista) señala hacia una pintura, que a su vez acaba de ser ejecutada, como identificando al hombre (esposo de la artista, Martín Mayora, quien utiliza una levita elegante). Sobresale el don de la simetría en el cuerpo humano y buena vista para proyectarlo, algo impensable para una artista en esa época, debido a que las mujeres recibían clases de dibujo sin Anatomía.
Este cuadro representa el talento de Guadalupe (nacida el 27 de enero de 1828) y muestra la forma en que el sexo femenino buscaba superar las dificultades impuestas en una sociedad como la decimonónica. Aunque en Europa, desde décadas anteriores ya existían pintoras profesionales como Angélica Kauffmann o Adélaïde Labille-Guiard, todavía imperaba la idea de que una mujer no debía realizar estudios demasiado profundos, norma incluida en el arte.
Sin embargo, pese a que Carpio de Mayora contaba con barreras impuestas, las desafió, pues buscó dedicarse a la pintura, no como pasatiempo, sino como profesión. Por ello, por medio de su padre, el poeta Manuel Carpio, tomó clases y ante la soltura, así como su talento con el lápiz y los pinceles, pudo ser una de las primeras mujeres en frecuentar los salones de la Academia de San Carlos. Pero eso no fue todo, sino que logró exhibir sus obras en un período considerable y fue la exponente femenina más popular.
Tania García Lescaille escribe en ‘La entidad femenina en los salones remitidos de San Carlos: dinámica entre discursos y normas (1850-1898)’: “Guadalupe Carpio realizó varios retratos, pero los más conocidos son el Retrato de Martín Mayora, su esposo y su Autorretrato con familia, ninguno de ellos expuestos en el siglo XIX. En ambos se hace patente el dominio técnico; la elaboración del segundo, en que aparecen cinco figuras representadas, supera con creces otros cuadros contemporáneos”.
Por otro lado, se sabe que María Izquierdo fue quien se dio a conocer inclusive en otros continentes, pero a unas mujeres, donde está incluida Guadalupe Carpio, les corresponde ser las primeras pintoras en mostrar sus obras fuera de México. Así lo explica Lisandra Estevez en ‘Mexican women artists in the 19th century’.
“Guadalupe Carpio, Soledad Juárez, Josefina Mata y Ocampo, Ignacia Enciso y Loreta Fuentes exhibieron sus trabajos en la Exposición Centenaria en Filadelfia (E.U) en 1876”.
La labor de Guadalupe sirvió para inspirar a otras mujeres que anhelaban tener una profesión y dedicar su tiempo a la paleta artística, ya que algunos comentaban que ponía todos sus esfuerzos en aprender el arte pictórico. Tania García rescata en su obra referida, unas palabras de algún o alguna contemporáneo(a) que describen a esta pintora:
“La señora doña Guadalupe Carpio de Mayora es otra que no desmaya en el difícil estudio del arte, y anima con su constancia a otras señoritas, que, habiendo sido galantes en otros años en el esmero de sus obras para embellecer la exposición, hoy aflojaron o se desdeñaron de mandarlas; por lo que, la mencionada artista, es acreedora a la admiración y encomio de los que desean el adelanto del bello sexo mexicano, que tan brillantes disposiciones posee para las artes […]”.
Aunque el autorretrato de Guadalupe es el más conocido de su repertorio, e irónicamente nunca fue expuesto en el siglo XIX, en él es posible ver talento y una enorme disposición de la artista por superarse. Por tanto, esta pintora es admirable y demuestra que no existen cosas imposibles. Además, es un gran orgullo para México.