A veces, para conocer a México hay que ir a sus carreteras.
Este país se comunica y se extiende en sus caminos, convertidos en un maravilloso y folclórico mercado que se extiende desde aquí hasta donde usted vaya. Con este sueño extraño que tenemos de hacer del país un mega tianguis, acotamientos y curvas desde Tijuana hasta Chetumal son lugares ideales para vender tamales, tortas ahogadas y barbacoa, más lo que se le vaya antojando por el camino, verdadera tentación por los múltiples antojitos locales que aparecen en los sitios más impensables.
De donde vaya a donde vaya aparecen artesanías, textiles, fresas, tunas, nopalitos y hasta chapulines. Igual encuentra videojuegos de última generación pirata que crucifijos de dos metros que no caben ni salidas por la ventana. Los recorridos se miden en tentaciones por kilómetro (tpk). Más vale salir con hambre, porque antes de 15 minutos ya aparece un puesto de atole, un anafre con quesadillas o unos tacos de suadero. En el kilómetro 28 se impone una nieve de zapote y pasando San Eustolio de Arriba venden unas tostadas de pata que son pecado divino. Entre comida y comida, puedes comprar unos alebrijes, unas macetas bien chiras o hasta una fuente de cantera de 400 kilos, con la Virgen de Guadalupe o un león desdentado. ¡Llévelo, llévelo, bara, bara!
Además, cerca de cada caseta (y lejos también) hay refaccionarias, talleres mecánicos y vulcanizadoras para dejarle el coche como nuevo. A veces he imaginado que uno puede salir de Guadalajara con un tornillo y antes de llegar a la Ciudad de México ya traerá el camión completo, armado, ajustado, con llantas nuevas y rines cromados. Irá incorporando piezas en el camino y por arte de magia al final de la carretera tendrá completa la “unidá”, hasta con la verificación en regla.
Si usted anda con una necesidad –o anda sin ella– puede comprar un cesto de mimbre, un queso menonita, unas charamuscas, estuches de olor a vainilla y hasta casetes de Rigo Tovar del siglo pasado, o aquellos enormes cartuchos de ocho tracks que eran la delicia de los camioneros. Puede adquirir una antena parabólica, tiempo compartido en Tamazunchale, contratar unos mariachis o tiempo aire para el celular. Si se le antoja, también encontrará rompecabezas del país con división política y colores llamativos o alegrías con nuez; costales de frijol bayo o cajas de aguacates michoacanos; sillas Acapulco o hamacas de henequén. De todo en el camino, para recordar en casa las maravillas del trayecto.
Encontrará, si es curioso, sobadores y lectores de la Biblia, espantadores de brujerías y políticos en campaña, además de cientos de letreros con el concierto de pueblo o de campañas políticas del siglo XIX.
Si México es inusual, sorprendente, simpático, lo son también sus carreteras. Salgan a pasear y me darán la razón. Y ya que van por ahí, les encargo que me compren unas manzanas, un mueble hecho con tarimas viejas o una guía Roji, maravilloso artículo vintage que aún hoy usan algunos camioneros.
Fotos:
- «De bajada» por Christian Frausto Bernal, CC BY-SA 2.0.
- «Tlayoyos y molotes» por José Miguel Rosas, CC BY-SA 2.0.
- «Colorido» por Carolina L. Llano, CC BY 2.0.