Fue en 1519 cuando los españoles llegaron montados en un animal extraño, ajeno a todo lo que se conocía en Mesoamérica. Los indios se sorprendieron al encontrarse frente a un animal de tamaño tal, con cuerpo fuerte, pelaje brillante y que imponía poder mediante su elegante figura. ¿Quién iba a decir que el refinado animal se convertiría en su mejor amigo y permitiría la creación de una nueva disciplina que fusionaba dos culturas aparentemente opuestas?
Cien años después, en 1619, los indios hidalguenses pudieron montar a caballo por primera vez. Los españoles decidieron finalmente otorgarles dicho beneficio para poder pastorear a la gran cantidad de ganado que se tenía; sin embargo, los locales se vieron en la necesidad de idear su propia forma de montar, amansar y arrendar a los caballos, pues les estaba prohibido utilizar los arreos y monturas europeas. Fue allí donde surgió por primera vez el binomio mexicano por excelencia: el charro y su caballo, dos valientes inseparables que dependen uno del otro en todo momento y que en esencia son uno mismo.
La palabra “charro” viene del vasco «txar», que significa “común o vulgar”. También se dice que proviene del andaluz «chauch» que significa “jinete o pastor”.
El uso de los caballos se fue popularizando entre los agricultores y trabajadores de las haciendas novohispanas. Los rancheros solían realizar faenas conocidas como “rodeos” y comenzaban a practicar actividades como el “coleo” para la identificación del ganado de cada hacienda. De este modo, se entiende que la charrería es una combinación de actividades del nuevo y del viejo mundo, que mezcla habilidades vaqueras con el buen manejo de las riendas del animal.
En un principio, el traje de los charros era sencillo y las armas principales eran una reata (soga), una lanza y una espada. Fue en el Segundo Imperio Mexicano cuando Maximiliano cambió el traje, cerrando el pantalón, añadiendo saco, corbata y un sombrero más grande. Posteriormente, en 1880 se originó la charrería profesional, con reglamentos establecidos y difusión internacional.
El traje de charro se reconoce internacionalmente como traje típico de nuestro país. Aunque la vestimenta cambia un poco dependiendo de la ocasión y suerte que se vaya a realizar, nunca faltan el sombrero, moño, saco, botines y chaparreras.
La Revolución Mexicana fue la época de los charros, pues oficialmente surgió como deporte y se fundó la Federación Nacional de Charros. En las charreadas nunca faltaban las botellas de tequila ni la música en vivo. Fue también a principios del siglo XX cuando surgieron las escaramuzas, bellas mujeres charras que dieron a la festividad un toque femenino, ejecutando espectaculares rutinas y luciendo bellos trajes de charras o adelitas.
Los charros han sido tema de canciones, poemas, pinturas y películas. Hasta el día de hoy, nos enamoran con sus magníficos y elegantes trajes de color gris, café o blanco, con sus moños multicolor y las rústicas chaparreras de cuero que se extienden hasta los botines con talón espuelero.
Jalisco se reconoce como cuna de la charrería porque las películas del Siglo de Oro del cine mexicano así lo estipulaban, pero fue más bien en Hidalgo en donde se comenzó con la actividad ecuestre considerada “deporte nacional” y que es Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO desde 2016.
La charreada hoy
Es domingo y van a dar las 12 pm. Los espectadores llegan al lienzo y comienzan a sentarse, mientras pasan vendedores ofreciendo cervezas, micheladas, papas, palomitas, tacos o alguna otra botanita para espantar el hambre en lo que comienza el espectáculo.
Van saliendo algunos de los intrépidos jinetes para practicar y sentir el espacio en el que realizarán sus suertes.
Comienza la música y por consiguiente, el espectáculo. Se presentan a los participantes, normalmente al equipo local y a la asociación invitada. Entre aplausos se recibe a los jueces, que se acomodan en el palco principal y esperan a que comience la fiesta, no sin antes recitar la famosa oración de los charros.
Nueve son las suertes que se practican dentro de un lienzo. Algunas involucran a otros animales, como yeguas y toros. Otras se realizan únicamente con apoyo del caballo y de la reata. El éxito de la ejecución de cada una depende en gran parte de la voluntad del animal, aunque también influyen la destreza del jinete y su relación con el caballo.
Casi siempre se comienza el concurso con la cala de caballo. Los jueces califican la vestimenta del jinete y la elegancia del caballo. Le siguen las coleadas de toros y el paso de la muerte, en el que el jinete, mientras da vueltas por el ruedo a una velocidad considerable, se cambia de caballo.
Sigue la fiesta, con una banda que toca música ad-hoc y un ambiente inigualable. Entonces comienzan las manganas, en las que el charro “florea la reata”, ya sea montando el caballo o en el piso. Le siguen las jineteadas de yegua y de toro a pelo, es decir, sin silla de montar. Las reinas del espectáculo, las escaramuzas, salen coordinadas con sus bellos caballos y comienzan su rutina de baile. El espectáculo parece no acabar, pero la grandeza de los charros y la destreza de sus suertes hacen que uno quiera regresar a la semana siguiente.
En la Ciudad de México hay siete lienzos, cada uno con sus equipos y charros: Lienzo Charro de Constituyentes, Lienzo Charro La Tapatía, Lienzo Charro de La Villa, Lienzo Charro “Los Pirules”, Lienzo Charro del Pedregal, Lienzo Charro de Aragón y Lienzo Charro de La Viga.
La charrería surgió por necesidad en el campo y se reglamentó en la ciudad. En la actualidad, se siguen practicando los campeonatos de charrería y prácticamente todos los domingos se puede asistir a una charreada en cualquier lienzo charro. Los asociaciones de charros están formadas por familias orgullosas de serlo, que portan los trajes con elegancia y que realizan sus suertes llevando el nombre de México en alto.
Foto principal: María José Ordóñez Platas