Confieso estar enamorado. Perdidamente. Ella es cautivante, tanto que a últimas fechas ha despertado un desmedido interés en otros, aunque ella parece tener para todos y para cada quien.
Si hubiera que hacer una lista de los personajes más interesantes que han habitado en este suelo, Juana Inés de Asbaje estaría en los primeros sitios. Habría que aprender de ella, habría que honrarla, habría que usarla de continuo ejemplo, habría que presumirla como patrimonio nacional.
Llegué a ella muy tarde, quizá reacio a causa de esas tres letras con las que acostumbran etiquetarla y que hacen prever un camino tedioso y barroco hacia sus letras: Sor. Así, como Sor Juana, su nombre hacía menos su valor como persona que como religiosa. Y esto, pese a que sus apellidos podrían dar entrada a un poema o volverla personaje de novela: De Asbaje y Ramírez de Santillana, casi inventados por García Márquez. Descubro ahora que Juana Inés, nombre más adecuado a su talante, no necesita el sor para nada.
Con dosis frecuentes, como una buena medicina, hay que leer a Juana Inés. Todos recitamos el famoso “hombres necios que acusáis a la mujer sin razón…” pero hay muchos segmentos que describen su belleza, su valor, su inteligencia, sus ganas de saber, su aportación a un país que aún no era tal. En su Respuesta a Sor Filotea, afirma: “Volví (mal dije, pues nunca cesé); proseguí, digo, a la estudiosa tarea (que para mí era descanso en todos los ratos que sobraban a mi obligación) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin más maestro que los mismos libros”; y más adelante: “Lo que sólo he deseado es estudiar para ignorar menos”. Y en su Carta Atenagórica incluye más motivos para estar enamorado: “… privarse del uso de los sentidos, es sólo abstenerse de las delicias del amor, que es tormento negativo; pero ponerse presente a las ofensas, es no sólo buscar el positivo de los celos, pero (lo que más es) sufrir ultrajes en el respeto. Y es ésta tanto mayor fineza que aquélla, cuanto va de un amor agraviado a un amor reprimido; y lo que dista el dolor de un deleite que no se goza, a una ofensa que se tolera, dista el de privarse de los sentidos al de hacer cara a los agravios. No ver lo que da gusto, es dolor; pero mayor dolor es ver lo que da disgusto”.
A diferencia de muchos escritores, que crean personajes distantes y distintos a ellos, Juana Inés es Juana Inés en cada párrafo. Me parece que, si viviera hoy, sería una elegante contestataria; andaría buscando novedades en el mercado del Chopo para leer sobre la juventud que busca; se arrojaría en paracaídas para luego compararse con las aves; defendería su derecho de tener derechos; pasaría unas semanas ayudando a Las Patronas en su trabajo de alimentar la esperanza; cosecharía café en Cuetzalan y subiría a las barcas de Greenpeace. También tendría varios blogs en internet, algunos con seudónimos interesantes; pasaría las horas en las bibliotecas y escucharía a los ancianos mientras hacen filas indignas para recoger sus vales contra la pobreza.
Imagino a Juana Inés y me enamoro más de su rostro sencillo, casi sin maquillaje, flotando como si caminara e indiferente a algún diputado intentando desprestigiarla, llamándola emisaria del pasado, o algún vivales mostrando una grabación suya diciendo que revolución no es otra cosa que una evolución reforzada. Y ella contestaría, segura de serlo, “yo, la peor”. (Que, por cierto, lean la novela de Mónica Lavín con el mismo nombre, por si no han sucumbido a los encantos de ambas).
Cercenada, acotada, presa de una disciplina religiosa que hoy es más que caduca, Juana Inés resistió a detractores –de quien hoy nadie se acuerda– para hacerse voz de ellas, de las Juana Inés de todos los días que batallan contra censores y no acaban de acomodarse a vivir una vida sosegada, correcta. Quizá en el fondo estoy enamorado de todas ellas. Ni modo.
Y Juana Inés poeta sentencia a muchos de esos que aún abundan: “Jueces del mundo, detened la mano, / aún no firméis, mirad si son violencias / las que os pueden mover de odio inhumano…”. Y, como ya les dije, tiene para defenderse de todos. Aquí otros versos fabulosos que la muestran como era y como hoy sería: “Si daros gusto me ordena / la obligación, es injusto / que por daros a vos gusto / haya yo de tener pena”.
Pues ya les hablé de mi amor platónico, sin celos de que en Juana Inés y con Juana Inés se pierdan, pues, lo reitero, tiene para todos. Hay amores clandestinos que son muy recomendables. Terminaré hablando de ella gracias a ella, robándole unas letras que dicen lo que digo y piensan lo que pienso:
“Y si es culpable mi intento,
será mi afecto preciso;
porque es amarte un delito
de que nunca me arrepiento.
Esto en mis afectos halló,
y más, que explicar no sé;
mas tú, de lo que callé,
inferirás lo que callo.”
Foto: «Sor Juana Inés de la Cruz» por El Peor, CC BY-SA 3.0.