Escucho “Humito de copal” y me cuestiona la vida el desencanto rapeado de una mujer a ratos indefinible, igualmente capaz de luchar por los derechos humanos que de grabar canciones en la meca de este capitalismo complejo y con frecuencia asesino. Una mujer proveniente de Tlaxiaco, un poblado oaxaqueño que esconde mucha de su belleza, pero además parió a Lila Downs para honra y placer nuestro.
Nacida apenas un mes antes de los acontecimientos de la Plaza de las Tres Culturas, Lila es un referente como intérprete, compositora y activista. No solo canta en español, sino que apela a sus raíces en ambos mundos, pues su padre es norteamericano y su madre indígena mexicana, y puedes escucharla igualmente en inglés, mixteco, zapoteco, maya, purépecha y náhuatl.
Downs es embajadora en ambas direcciones pero también promotora del canto propio, indígena, popular, el canto que acompañó a los revolucionarios y que lamenta nuestra suerte en el campo. Para muchos, entre los que me incluyo, cuando se compuso “Sandunga” hace un siglo, el compositor seguramente soñaba con Lila, porque la canción es prácticamente suya. Pero tiene otras memorables, como “Canción mixteca”, “La llorona”, “Zapata se queda”, “El venadito”, y hasta “La cumbia del mole”. Su voz puede ser tan profunda que quita el oxígeno, que ahoga cuando se queja. Además, en la diversidad de ritmos y letras que abarca, Lila muestra su enorme versatilidad. Si a alguien le quedan términos como contemporánea, alternativa, innovadora, es a esta cantante, que puede viajar entre la música ranchera y la cumbia, entre la balada y el rap tropical. Pero es mucho más de lo que aparece en el disco.
Antropóloga, además de artista, Downs se asoma a los dolores de las etnias oaxaqueñas y, por extensión, de los otros grupos esparcidos en México, para pelear musicalmente por ellos y también para quejarse de las injusticias, de los gobiernos titubeantes, de la corrupción, de la violencia que parecen haber institucionalizado los que mandan. Suele por lo tanto ser una artista incómoda por impredecible para quienes aparentan ser servidores públicos. Lila participa en un sinnúmero de movimientos y organizaciones para apelar por un mundo más lógico y con frecuencia aparece en conciertos a beneficio de mujeres campesinas, de estudiantes desaparecidos, de migrantes lastimados, de aquellos que son ignorados y requieren de su voz, su presencia y su visibilidad. Con ella, siempre vestida de luces, no hay que confiarse, pues apenas estás enamorándote de la belleza cuando ella reclama a plena voz porque el mundo camina disparejo, dejándote indefenso a media calle. Con Lila se puede estar o no de acuerdo, pero es incuestionable su autenticidad y su compromiso, en un país donde esas son virtudes escasas.
Gracias a ella, entre otras cosas, algunos ya sabemos dónde está Tlaxiaco.
Foto principal: Cortesía Westwood Entertainment