En una cápsula elaborada por el Hollywood Reporter, el director mexicano Guillermo del Toro explicó que tiene una necesidad urgente de mirar al otro, de encontrar belleza y divinidad en él, en lugar de sentir miedo y odio por lo que es diferente. Esta idea permea, desde los créditos iniciales hasta los finales, su más reciente película, La forma del agua, que se estrenó el viernes pasado en nuestro país.
El largometraje, que ha sido descrito como un cuento de hadas para adultos, narra la historia de Elisa Esposito, una mujer muda que trabaja por las noches limpiando un laboratorio de gobierno en los Estados Unidos de los años 60, un país inmerso en la Guerra Fría y donde la misoginia, el racismo y la homofobia son cosa de todos los días. Una noche, las instalaciones gubernamentales reciben a un monstruo acuático traído del Amazonas para que sea estudiado por los científicos. El hombre encargado de traer al monstruo es el Coronel Richard Strickland, un individuo cruel y abusivo, y el antagonista de la película.
Del Toro es reconocido por su amor por el cine de género (terror, fantasía, ciencia ficción), sus películas frecuentemente utilizan elementos sobrenaturales, como fantasmas y monstruos, para hablar sobre conceptos más elevados, como la forma de lidiar con eventos traumáticos. En La forma del agua el director se mantiene fiel a esta visión y explora el sentimiento de soledad que trae el ser percibido como “diferente”. Lo logra al presentarnos a tres personajes humanos que pertenecen a estratos desplazados en una sociedad ultra conservadora. Además de Elisa (una mujer discapacitada) y la criatura, también conocemos a Giles, su vecino, un hombre homosexual; y a Zelda, una mujer afroamericana.
Al enfrentarlos con Strickland –blanco, hombre, heterosexual e intolerante–, el director tapatío nos invita como público a adoptar la postura de los tres amigos, que se aceptan entre ellos y construyen amistades profundas: las escenas que comparten Giles y Elisa son de las más entrañables de la película. Y por lo mismo pueden ver belleza en una criatura que solo despierta odio en hombres como Strickland.
La película es hipnotizante. Se siente que es un proyecto sumamente personal para el director, pues cada cuadro nos transmite el cariño y cuidado con el que se trató el material. Las actuaciones son magníficas, especialmente la de Sally Hawkins como Elisa; la música, fotografía, dirección de arte y edición son impecables, y hacen que sea irresistible dejarse arrastrar por la historia, que en manos de un director menos talentoso que Del Toro podría parecer ridícula o demasiado extraña. Por suerte estamos en las manos maestras del tapatío, porque en ningún momento cuestionamos la verosimilitud de lo que ocurre en la pantalla.
Con La forma del agua, Guillemos del Toro alcanza el punto más alto en una carrera que ya nos había regalado obras inolvidables, como El espinazo del diablo y El laberinto del fauno. Es la primera película de género que gana el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia, uno de los cuatro festivales de cine más importantes en el mundo, y suena como una de las favoritas para llevarse varios Óscares en marzo, pues también tuvo éxito en los Globos de Oro y los premios de la crítica estadounidense.
Pocos directores son capaces de hablar de temas como la empatía y la aceptación del otro sin que sus películas se vuelvan planas o moralinas, pero uno de ellos es nuestro paisano y se llama Guillermo del Toro. No se pierdan La forma del agua, un largometraje que nos recuerda por qué el cine es una forma de arte tan maravillosa.