Más que un simple espacio de compra y venta de artículos de consumo, los mercados en México son una síntesis de la historia y cultura de una región, así como de las relaciones comerciales con otras poblaciones. Estos espacios de abastecimiento tienen sus orígenes en la época prehispánica, cuando se realizaban trueques entre las diversas culturas mesoamericanas, entre ellos los mercados del barrio de Atenantitlan, donde se comerciaba sal; el de perros para comer, en Acolman; y los de esclavos, en Azcapotzalco y en Iztocan.
En la época colonial, los mercados se transformaron y, junto con la llegada de los españoles y la introducción de la rueda a la Nueva España, las rutas y espacios destinados a la oferta y demanda de productos tuvieron más modificaciones, ya que productores y comerciantes se sumaron a los conflictos armados, provocando escasez de alimentos y dinero.
Actualmente, en todo el país –y principalmente en la Ciudad de México– existen una gran cantidad de mercados con características de todas las épocas, desde el tianguis de dulces de la Candelaria, hasta el de especialidades en San Juan o el de plantas en Xochimilco. Vale la pena destacar el popular mercado de Parián, en Puebla; el de Juchitán, en el Istmo de Tehuantepec; el tianguis de Tepoztlán, al pie del Tepozteco en Cuernavaca; y el de Tlacolula, al suroeste de la ciudad de Oaxaca.
Muchas personas aseguran que, debido a la proliferación de supermercados, los tianguis podrían desaparecer. Y no es así. Los mercados son espacios que convergen con un sinfín de aspectos culturales de una región, donde los objetos que se comercian entre ellos representan la memoria de los pueblos.
Bien lo dijo Pablo Neruda: “México está en sus mercados”.