…yo tengo tentación de un beso”, y de algo más, si se puede, si se da la oportunidad, si dices que sí. ¿Sí?
El país se presta para el amor en las plazas y en los malecones, en los parques y hasta en el camión que nos ayuda a estar apretaditos; hágase pa’cá, mi reina, que yo la protejo de todo mal y peligro, excepto de mis intenciones que pueden ser lujuriosas pero muy buenas, casi decentes. Y ella llega vestida para quebrar huesos, para excitar la nariz, los ojos y la piel de Panchito, quien desde la catedral de Mérida casi aúlla viéndola caminar por los jardines o haciendo como que no se fija que la falda está un poquito requete corta. Se van amando desde antes, desde que decidieron ir al cine, al baile o al concierto de Los aceitunados o la Banda Zacatecana de Jerez. Se van amando mientras pasan los minutos y ella se hace esperar y él la espera en la estación del Metro Juanacatlán o sentado en su Volkswagen 1976 a la entrada de Tequisquiapan, y ella se tarda para ponerle sal al asunto, para que el chiste tenga chiste, para que la tarde se haga fresca en Colima y el aire reanime las pasiones en Tlaxcala.
Se ven y Tulancingo brilla; se miran y Veracruz reverdece; se contemplan y Zacatecas se les hace chiquita pa’recorrerla de la mano con deliberada lentitud mientras el escándalo de los pájaros en Zihuatanejo previene una noche tórrida. Ella lo besa de pronto, como si nada, y Monterrey se detiene; lo abraza sabroso y Morelia se deshace; le roza la piel y la paridad del dólar en Tijuana se vuelve intrascendente; le acaricia el pelo envaselinado y Los Mochis desaparece completito para dejarlos solos, solitos, solitititos, con su helado de Coyoacán, sus dulces de Morelia o sus pastes de Pachuca.
Y luego vienen las promesas que son eternas al menos por un ratito, al menos esa tarde en que el sol ya se atoró en los árboles de Atotonilco y a las olas ya se les subió la testosterona en Mazatlán; te prometo amarte mientras haya flores y en México hay siempre, nomás asómate y verás; te ofrezco casa en Tultitlán y luna de miel en Campeche; visitaremos a tu mamá en Ciudad Valles y a mi jefecita chula en Guanajuato; iremos de excursión a Cuautla y haremos escuincles donde se nos antoje y ya se me está antojando, en Puebla o en Zumpango, en Tapachula o en Caborca, que el país se me hace chico para perseguir tus haberes; todo es cosa de que ambos nos animemos y cada quien ponga lo suyo (y hay quien tiene lo suyo muy bien puesto).
“Los amorosos –decía Sabines– viven al día, no pueden hacer más, no saben. / Siempre se están yendo, / siempre, hacia alguna parte.” Y en este país hay mucho a dónde irse con ella, con él, a Matamoros escuchando a Rigo Tovar o a Guadalajara con mariachis; con permiso o sin permiso; a la luz de las miradas envidiosas o en la clandestinidad que es más sabrosa siempre, mientras la penumbra en Durango es cada vez más excitante y las emociones en Jiutepec se ponen más emocionantes, porque solo el amor mantiene a este país con los sueños muy bien puestos y solo el amor compensa nuestros desvaríos.