Espero no amargar estos días tradicionales, normalmente me gusta ver las cosas desde el lado optimista, pero no puedo dejar de lamentar el hecho de que en este país todos estudiamos para ser Reyes Magos, y con esto no me refiero a atender la felicidad de la infancia, sino a esa tendencia tan pegajosa de gastar ajeno. Todos los políticos aspiran a ser benefactores, los Melchor, Gaspar y Baltazar de las curules y los estados aunque, en la inmensa mayoría de los casos, dispongan para eso de recursos que no son suyos.
En nuestro país brillan innumerables ejemplos: subsidios, apoyos, obsequios para menores, para jóvenes, para ancianos; membresías para ayudas gubernamentales; vales de descuento para que te lo agradezcan toda la vida; planes para obsequiar productos a diestra y siniestra; credenciales de fidelidad que no buscan casi nada (quizá sólo un pequeño voto o algo así, sin importancia); tortas, permisos, despensas, etc. Y cada día aparecen más.
Pero algo turbio se produce con estos esquemas de dependencia que generan en los beneficiarios un sentimiento parecido al de niñas y niños ante los magos que les traerán regalos: vivimos esperando que alguien (quien sea, como sea) nos de algo gratis. Todo es cuestión de formarse. ¿Cuándo entenderán los gobernantes que el dinero que se asigna vía impuestos debe dedicarse a obras, a infraestructura, a salarios de maestros, policías y bomberos, y no a generar clientelas? ¿Cuándo entenderemos nosotros que un gobierno no es el sustituto de un padre dadivoso y que al dar no forzosamente está cumpliendo con su trabajo? ¿Cuándo dejaremos de medir a los funcionarios públicos en función de sus regalos y sus apoyos?
Vivir creando esquemas de dependencia, en especial de las clases más desfavorecidas, es uno de los peores rostros de la democracia, porque compra los votos de manera sutil, lo que es, al fin y al cabo, un tipo de corrupción. Las campañas, y lo veremos en los próximos meses, dedican gran parte de su estrategia a mostrar lo que cada político otorgará a su electorado en dádivas, más que en resultados. Repetimos la película de siempre, el comercio de los votos no nos hará más democráticos, más libres, más justos.
Sólo en ocasiones puntuales y excepcionales (desgracias, fenómenos meteorológicos, epidemias, etcétera) es válido aplicar recursos federales en necesidades de un grupo, pero esto nunca debería ser la regla, y menos en tiempos electorales. Un gobierno debe proveer servicios, justicia, leyes, líneas de acción, seguridad, condiciones de igualdad, no pagar despensas, hacer roscas o regalar televisiones. Y este es un vicio en el que caen todos los partidos, sin excepción. Y lo hacen porque saben que nos gusta. Ante estos gobiernos de Reyes Magos, que nos siguen viendo como menores de edad, ¿ya hicieron su cartita?