Este país ha llegado hasta donde estamos hoy gracias a muchos inconformes que decidieron crear patria. Hoy quisiera recordar a algunos y agradecer a todos.
Primero que nada, a Gonzalo Guerrero y a una mujer maya cuyo nombre se perdió en la historia. Ellos se dieron a la sabrosa tarea de iniciar un mestizaje maravilloso que nos trae hasta estos días. Desde entonces hemos sido buenos para tener hijos y mejores para lo que sucede antes de que nazcan.
Agradezco los momentos que nos han hecho sentir el gusto enorme de ser mexicanos: la medalla del Tibio Muñoz en el 68; los triunfos de las dos selecciones sub 17; Hugo Sánchez (cuando se dedicaba a jugar) y, en tiempos recientes, el Chicharito; el Nobel de Octavio Paz; Ana Guevara; Pedro Infante cantando “¿Qué te ha dado esa mujer?”; las composiciones de José Pablo Moncayo y Guadalupe Trigo; José Guadalupe Posada, que nos dio una calavérica personalidad; Lorena Ochoa y su inexplicable tranquilidad de ser la mejor del mundo; y los momentos célebres por inesperados, como nuestra solidaridad ocasional, los mariachis o las entrañables tertulias por cualquier motivo. Y hay mucho más.
A algunos de mis héroes particulares –cada quien tiene los suyos– que me dejan ver, cada quien en su campo, que éste es un país posible: Samuel Ruiz, Mario Molina, Fernando Landeros, Eusebio Kino, Juana Catalina Romero, Heberto Castillo, Ofelia Medina, Miguel León Portilla, José Llaguno, Leona Vicario, José Pablo Rovalo, Julieta Fierro, Guadalupe Victoria, Doña Rúper, Ignacio Allende, y otros que le han dado sustento y justificación a lo que hacemos en Mexicanísimo.
A aquellos que luchan denunciando y que arriesgan la piel y mucho más. Ellos y ellas decidieron seguir otro camino para transformar a este país, y se los reconozco con respeto.
A los placeres mexicanos como el chocolate y los aguacates; los árboles de la vida de Metepec y las lacas de Olinalá; las Barrancas del Cobre y el Cañón del Sumidero; los poemas de Sabines y los sones de Veracruz; los chiles en nogada y el cempasúchil adornando a nuestros muertos; las tortugas iniciando su viaje al mar y las mariposas llegando a continuar la tradición de Gonzalo Guerrero y la mayita de reproducirse con fervor; el tequila y los tacos; la lectura de Pedro Páramo y los cuentos de Juan José Arreola; los huapangueros y Mexicanto cantando “Coincidir”.
Este país es una sucesión de sensaciones que no dejan espacio para el respiro, unas son patéticas, pero otras son mágicas. No buscamos engañarnos fingiendo no ver nuestros desaciertos y las fallas de nuestros gobernantes, pero decidimos dedicarnos, deliberadamente, a rescatar nuestros triunfos y nuestros actos de bien para compensar la información que a diario muestran otros medios que dedican su esfuerzo a exhibir lo que nos duele. Hemos insistido en que recuperar los afectos por México es fundamental, si queremos cambiarlo. Nadie puede modificar aquello que no quiere.
Voy a tener que discrepar de uno de mis filósofos de cabecera: “No vale nada la vida”, dice José Alfredo, pero se equivoca, pues México y sus habitantes hemos sido capaces de dar un valor inmenso –a veces inexplicable– a nuestra realidad. Tenemos mucho México, todo consiste en respirar profundo y vernos de frente sin culpar a otros, sin esperar milagros o dádivas, sin abandonarnos a las divinidades ni esconder la cabeza en el fango… tenemos tanto México como seamos capaces de construir quienes aquí vivimos.
A los que mencioné, a los que olvidé y a aquellos que no he sido capaz de reconocer, muchas gracias por traernos hasta aquí. A nosotros nos toca continuar trabajando.