¿Otra vez el “menos peor”?
En los comicios electorales de 2012, muchos analistas, politólogos y ciudadanos en general se sumaron a una alternativa poco favorable para el ejercicio democrático: votar por «el menos peor», es decir, por quién fuera pero hacerlo para ejercer un derecho obligado más allá de tomar una decisión consciente. Un verdadero acto de esquizofrenia ante el abstencionismo del electorado, quizá menospreciando la oferta política o a lo mejor desilusionados por el sistema que se fundó en 1990 –el IFE, ahora INE– y que ahora no cumple con ninguna premisa fundacional, incluyendo la representatividad de quienes lo mantienen con vida.