A fuerza de llorar por los difuntos y de encontrarles reales o imaginarias virtudes, creamos una especie de premio al hecho de morirse, para que el mundo reconozca los logros personales. Un mundo tacaño en celebraciones reconoce post mortem a sus mejores habitantes.
Aunque he escuchado epitafios increíbles inventando virtudes a verdaderos gángsters, también encuentro palabras valiosas sobre gente que valió la pena. Reconocimientos al fin, pero tal vez un poco tarde.
A mí, sin embargo, me encantan los aplausos que pueden ser escuchados por esas personas que realmente han hecho la diferencia en este planeta: personalidades míticas, seres humanos de excepción, que hoy se oponen a la injusticia, proponen soluciones e inventan un mundo mejor. Hoy quiero hablar de los vivos a quienes admiro y a quienes no les asigno virtudes de santidad, sino contemplo sus aportaciones que contrarrestan los probables defectos que seguramente tienen, como todos.