Pedro López Hernández
El café es una de las cosas que, pese al paso de los años, no deja de ser popular. Resulta curioso saber que este producto originario de Kaffa (hoy Etiopía), haya desplazado en consumo a otras bebidas que tenían más tiempo, como el chocolate o el té, pues no fue popular en Europa o en América hasta el siglo XVII.
En la actualidad, el café es frecuente en reuniones o en cualquier momento, no importa si el clima es frío o cálido, pues siempre hay ocasión para degustarlo acompañado de algún postre. Y aunque no es un producto originario de México como lo es el cacao, se arraigó en diversos puntos de Puebla y Veracruz, por mencionar dos.
Se han creado diversas empresas que siguen con tradiciones y buscan reunir sabores, aunque no todos lo logran. Café Colibrí de Apizaco, empresa originaria de Puebla, es uno de esos sitios que evocan algo más que un momento placentero o recuerdos, sino un distintivo de nuestra cultura: el café. Parecería obvio que esto sucede en una cafetería, pero pocos lugares tienen la fuerza de hacer que los comensales incluso sientan la fuerza de esta bebida oscura hasta en las paredes.
Desde el primer instante en que se está, la decoración y el logotipo muestran un ave representativa de México desde tiempos prehispánicos (el colibrí), además exponen las influencias indígenas en los patrones. Una de las misiones del establecimiento es rescatar aquellos sabores que transportan hacia la cultura precolombina, pero el menú también muestra aquellos rasgos culinarios europeos que se fusionaron con lo propio para crear la identidad mexicana.
El sonido de la máquina para preparar café se adueña del sitio y entre las voces de los comensales, el choque entre trastos, la luminosidad y la tranquilidad del sitio, se genera un ambiente único. La decoración moderna y la evocación del colibrí en la misma dan otro panorama, o bien, el entorno tiene algo propio, quizá el café natural que enciende el deseo de beberlo.
Mientras el personal realiza su trabajo, el momento cumbre inicia cuando alguien pide un café. Entonces la barista, con ayuda de una máquina, tritura café presionando un botón. Los granos marrones tostados se convierten en un montículo de polvo. Inmediatamente la encargada de esto hace magia, pues sin admitir retrasos en el proceso, logra que aquel polvo se convierta en la bebida, la cual es disparada con gracia por un chorro que va directamente a una taza, como una lluvia de estrellas.
El café expreso posee una de las presentaciones más artísticas y espontáneas, pues de forma casi natural se divide en una gama de tres colores envidiables, que muestran su nivel de pureza, ya que hasta abajo se ubica la mayor concentración de la bebida. El aroma se convierte en un halo que poco a poco desaparece hasta que queda el recuerdo.
Todo se condensa en una taza, donde la oscuridad sobresale, pero se mezclan ya el azúcar, ya la leche, ya las pasiones o el trabajo de la empresa, así como de los agricultores. Tal herencia es llevada a los clientes, aunque las variedades son algo usual en la Cafetería Colibrí, porque hay diversos sabores como churro, canela, flan; o bien, bebidas especiales como ‘hijo del maíz’, bucarado, el irlandés, el italiano y el chocolate.
El establecimiento ofrece variedades, desde postres como pan de elote y las crepas, hasta enchiladas verdes con líneas de crema y rodajas de cebolla. Por supuesto hay más platillos en el menú, aunque la variedad de café es una de las cosas preponderantes, además de actividades nocturnas realizadas los viernes en las instalaciones.
Esta empresa ha tenido éxito, al punto de que hay más sucursales y más vidas en las que puede impactar, pero ¿cómo lo hará? Por medio de los sabores, otra de las cosas que logran unir a las personas.
Agradecemos al Sr. Adalberto González, dueño de los establecimientos del Café Colibrí en Apizaco (Tlaxcala), y al personal de la sucursal del boulevard La Libertad, por la atención y las facilidades.