Pedro López Hernández
Había leído sobre el señor Polo y su inclinación por crear alebrijes. Las fotos tomadas durante sus entrevistas mostraban criaturas sorprendentes. Pero más interesante aún era comprender qué personalidad poseía el creador de dichas piezas, además de conocer la vida de alguien que representa un gran sostén, tanto cultural como económico, de la región y del país. Todo esto sirvió como premisa para ir a San Gabriel Popocatla, comunidad de Ixtacuixtla, Tlaxcala.
El tramo hacia su casa fue silencioso. Los volcanes, así como los campos rodeados de flores o de árboles, sirven como principio a la aventura, aunque aquel día nublado no mermó el encanto que la naturaleza poseía, pues parecía que esta era bañada con polvos brillantes que las mismas nubes se encargaron de esparcir por mandato de Dios.
Después de cometer ciertas equivocaciones para llegar al domicilio, por fin dimos con él. El zaguán era verde y de metal. Nos aseguraron que podíamos entrar. El piso de mosaicos nos dio la bienvenida, al igual que un pitbull que ladraba desde el segundo nivel. Al entrar, unos entes extraños emergían de las profundidades de la mente y se materializaban. Un dragón, con cuerpo de serpiente arcoíris, me observó con sus pupilas salvajes, mientras Pegaso estaba atento a mis movimientos con cierta curiosidad que no resultaba maliciosa, aunque reclamaba volar y por tal razón estaba desplegando sus alas. A su vez, había caras que simulaban las máscaras del carnaval tlaxcalteca, y en los labios de las mismas bailaba un tono jocoso.
El señor Polo nos recibió a mis padres y a mí con su máximo distintivo, un mandil con manchas, prueba definitiva de su dedicación a la artesanía. Pese a las pocas palabras que inicialmente expresó, la cordialidad y la disposición no eran desconocidas para él. El entrevistado y yo comenzamos el coloquio. Los colores y los ojos de los alebrijes congregados en el patio, encerraban algo más que recuerdos y sentimientos, probablemente almas, pero no condenadas a sufrir, sino aquellas que cada día muestran el grado de creatividad del humano.
“Mi papá fue el iniciador de las figuras y la cartonería. Desde que yo era pequeño realizaba figuritas para jugar, como los dragoncitos. Crecí y veía cómo mi papá hacía alebrijes y entonces entré poco a poco a esto. Y pues, la verdad sí me gustó el modelado de figuras. Lo que inició para jugar, se convirtió en trabajo. Ahorita, gracias a Dios ya tenemos un buen tiempo dedicándonos a lo que es la artesanía hecha con cartón”; comentó el artesano.
El creador explica que su padre viajó a la Ciudad de México, con la intención de aprender el arte de crear piñatas, cosa que todavía realizan, pero al ver alebrijes en su forma final, se sintió inclinado a hacerlos y aunque los primeros no gozaban de la apariencia que hoy los caracteriza, no desistió hasta que los resultados fueron satisfactorios.
“Esa persona de los Linares sí conocía a mi papá, pero de cierta forma ellos eran un poquito celosos con su trabajo, porque no dejaban que alguien entrara tan fácilmente a su taller, uno podía ver las figuras terminadas, pero el proceso de las mismas no. Bueno, eso es lo que sabemos. Más que nada, el desarrollo de los alebrijes de Ixtacuixtla (Tlaxcala) fue visual, ya que mi papá pensó que si los podían realizar allá, él también lo lograría en su taller”.
Aunque el señor José se sentía atraído por las artesanías desde pequeño, recibió la revelación de lo que haría cuando era adolescente. El interés de un niño por crear seres para jugar, se transformó en pasión, al punto de que sus intenciones por crecer se vertieron en la cartonería y en dar vida a seres que coexisten en la mente.
“Puedo decir que en la adolescencia fue cuando me incliné un poquito más a ser artesano. Siempre he salido a pasear o a dar la vuelta, pero cuando pasaba tiempo en el taller, desistía de ello y me quedaba para hacer una figura, lo cual tomaba mucho tiempo, pero me gustaba, porque podía contar con tranquilidad y soledad. Entonces, fue cuando dije “a lo mejor mi vocación es la artesanía”.
Aunque el iniciador ya no se encuentra con la familia Díaz, ahora quien está a la cabeza es el señor José de Jesús, quien continúa con la línea de trabajo que su padre estableció, sin olvidar que debe innovar, quizá en cuestión estética, o bien, en el tipo de seres que crean, pero sobre todo, es indispensable la capacidad imaginativa. El trabajo no se limita a la creación, ya que en el taller se imparten enseñanzas, con la finalidad de inculcar a los jóvenes la tradición de Ixtacuixtla.
“Nos enfocamos mucho en la imaginación, a partir de ello desarrollamos nuestro trabajos, pero a veces nos basamos en el gusto de la gente. Por ejemplo, les gusta mucho esa figura semejante a un dragoncito, entonces a veces es el que trabajamos en pequeño, porque es el tamaño más vendido. Ya cuando son grandes, les ponemos imaginación. Hay gusto para todo, pero cuando hacemos animales, los dotamos con un poquito de los reales, los modificamos, por ejemplo al hacer venados, a lo mejor les ponemos los cuernos más grandes, ojos saltones, garras de león, algo de búho, algo de peces, algo de caballos; pero sí, utilizamos mucho la imaginación, y de hecho es una característica que identifica mucho al alebrije”.
Los alebrijes han servido como emisarios de la cultura tlaxcalteca y mexicana, pues han estado presentes en Estados Unidos y en Alemania, asimismo en asentamientos nacionales como Cancún, Mazatlán y Monterrey. El artesano recuerda que en el transcurso de 2020, la poca afluencia y concurrencia en el negocio hicieron que la familia estuviera a punto de cerrar, aunque agradecen a Dios que hasta hoy pueden continuar.
“Yo siempre he dicho que es bueno tratar de mejorar en lo que estamos, porque a veces si nos enfocamos en planes que no se realizaron como <<hubiera estudiado o hubiera hecho esto>>, no avanzamos. He tratado de pensar <<si estoy en esto, no me enfocaré en algo más>>. Mejor hacerlo y avanzar en ello. Creo que tomaría la misma decisión. A lo mejor me hubiera gustado tener una preparación más formal, como en Artes Plásticas o cuestión de haber tenido una carrera afín o un curso de Pintura, Diseño o algo así; pero sí me enfocaría en la artesanía”.
Por último, el señor Díaz expresó que parte del éxito de los alebrijes se basa en la expresividad que tienen los ojos y tiene razón, pues estos son la puerta al alma, porque en los mismos se pueden leer emociones, sentimientos y hasta algo más: “Si una figura tiene detalles muy buenos, pero los ojos no tienen expresividad, entonces no existe ese toque especial. Para los ojos se le añade color en tonalidades oscuras a claras, para que se vean mejor”.
Una vez que la entrevista terminó, alguien llamó a la puerta y el artesano fue apresuradamente a atender a los visitantes. No necesité palabras para despedirme de los alebrijes. Otro apretón de manos bastó para decirle adiós al señor Polo y la fluidez se asomó lentamente de él. La puerta se cerró. Aquel día se complementó con la pasividad del lugar, los árboles arrobados en el azul pálido, las nubes espesas y el aire puro. En ese momento resultó interesante comprender cómo, bajo el mismo cielo, había personas que podían dar vida a seres de otro mundo.