Pedro López Hernández
Budín, crema, natilla. Son muchas las definiciones que recibe este postre proveniente de Atlixco. Ya sea por su color o presentación, pero este dulce llama la atención y además, es una de las rarezas culinarias que posee México.
Algunas personas lo confunden con atole, hasta que conocen el proceso de elaboración y su historia, la cual está arraigada a las calles pequeñas y a los edificios coloniales del lugar. Su sabor no es despreciable, al igual que su consistencia suave pero firme, por lo que conviene degustarlo con una cuchara y de forma lenta, para vivir las experiencias de la región poblana.
La época en que suele encontrarse más es en junio, debido a las celebraciones católicas de Corpus christi (específicamente un jueves). El barrio de san Juan de Dios es el que produce en mayor medida estas caricias a las papilas gustativas.
Se dice que este postre surgió en la época colonial porque, quienes no tenían rango social ni suficientes recursos, decidieron preparar este dulce para celebrar el día mencionado, ya que no podían participar en las liturgias. De hecho, su color rosa es símil de la sangre de Cristo.
Para su preparación se utiliza algunas veces canela, pero imprescindibles son la leche, la harina de arroz (también algunos la sustituyen por fécula de maíz), yemas, esencia de azahar, azúcar y colorante vegetal. Su éxito radica en mover constantemente la mezcla a fuego y además, la presentación, porque esta será el arma para cautivar. Una vez que tomó la consistencia deseada, la natilla se verte en cazuelitas de barro y encima se le espolvorea ajonjolí, aunque también algunas personas añaden pasas.
Pese a su encanto y a su época de mayor demanda (70’s y 80’s), hace unos años no era tan conocida y su situación era preocupante, pues no todos continuaban con la tradición o no tenían interés en promover esta magia rosada. Sin embargo, se han hecho actividades promocionales para que lejos de desaparecer, pueda seguir en el corazón de Atlixco y del resto de la región.