Oaxaca es uno de esos lugares de México que tiene de todo: paisajes inigualables, comida exquisita, playas hermosas. Y qué decir de los artistas que ha visto crecer. Uno de los más queridos, sin duda, ha sido Francisco Toledo.
Algunos de mis amigos, oriundos de esta ciudad, me decían que era fácil encontrar al maestro Toledo en las calles. Que era un hombre sencillo, reservado y que lo podías encontrar hasta con tlayuda en mano.
Francisco Toledo fue un pintor dedicado a retratar lo real, lo humano. Sus obras recuerdan el origen, el renacer, muestran la naturaleza de lo mexicano. Su línea artística de ruptura, alejada del canon europeo, definió una nueva época en la plástica mexicana.
Sus amistades en Oaxaca repercutieron en la vida cultural de este maravilloso estado. Cabe recordar su amistad con el maestro Manuel Matus, con quien colaboró para ilustrar varias de sus obras literarias.
También, fue un hombre que luchó por la justicia y que nunca ignoró las necesidades de México. Gracias a su aguda mirada política, siempre buscó que Oaxaca fuera singular por su producción artística y cultural. Prueba de ello fue el Instituto de Artes Gráficas, el cual él mismo fundó.
Hoy Oaxaca y México se despiden de un gran artista, activista, de un ser humano ocupado por lo común, por el otro. Pero como dice esa bellísima canción oaxaqueña: “Dios nunca muere” y de alguna manera nuestros seres más amados tampoco lo hacen. De ellos nos quedan sus pasos, sus lecciones. Así, Toledo nos deja un enorme recuerdo que nos dicta que la belleza artística no habita en el museo, sino que yace en los nobles pensamientos de un ser humano.
Fotografía principal: Facebook Francisco Toledo Oficial