Por Lorena Loeza
La encrucijada del México actual enmarcada en la falta de expectativas para un amplio sector de población joven, la violencia y la desigualdad, son los ingredientes con los que Gael García Bernal decide contar esta historia como su más reciente trabajo como director.
Chicuarotes es antes que todo una película difícil y sin concesiones. Una tragedia al mejor estilo del género, desde que inicia comprendemos que no hay modo de que termine con final feliz.
Es claro que este tipo de historias abundan en la cinematografía mexicana y latinoamericana, por la razón más sencilla de identificar: son reales. No es que el cine se ocupe de un solo asunto, es que la violencia es la terrible situación que no hemos podido superar como sociedad.
La cinta nos presenta al “Cagalera” y al “Moloteco”, dos adolescentes que viven el pueblo de San Gregorio Atlapulco en Xochimilco, lugar que forma parte del llamado corredor rural de la ciudad de México. Chicuarotes es el modo en que se denominan los habitantes de la zona y de ahí el nombre de la cinta. Si bien Xochimilco y sus canales son un gran atractivo turístico de fama mundial –Pueblo Mágico para el turismo–, San Gregorio Atlapulco es un lugar de profundas desigualdades, violencia y pobreza. Gael García narró en la presentación de la película cómo en medio de la filmación, el pueblo fue uno de los más afectados por el terremoto del año 2017 y la necesidad de ayuda se hizo apremiante debido a las carencias que ya existían en la zona.
La sensación de que es un pueblo olvidado está presente de manera constante en la cinta. Autoridades corruptas, pandillas criminales y un estado fallido en un pueblo que se hace justicia propia con linchamientos son parte de la historia, aunque tampoco es que resulte tan novedosa en su narrativa: hay referencias muy claras a toda una tradición de películas con temática urbana que van desde las historias de arrabal en los cincuenta, hasta las del nuevo cine mexicano, incluida Amores Perros (A. González Iñárritu, 2000) en la que actúa el propio Gael.
Durante la presentación de la cinta, García Bernal también habló de los tonos de comedia con los que está construida la historia, aludiendo a la idiosincrasia mexicana y a la necesidad de lograr algo más que un relato trágico. Hay que decir que puede resultar desconcertante que la audiencia suelte la carcajada en medio de situaciones tan violentas, pero quizá es el respiro que se necesita para soportar tanta tensión proveniente de la pantalla.
Sobre todo, en lo que refiere a la violencia de género, hay que advertir que los personajes femeninos en Chicuarotes viven en medio de muchos tipos de violencia, protagonizando situaciones desgarradoras que es preciso visibilizar y evidenciar.
Es por ello que una parte fundamental de la cinta son las actuaciones de un elenco que se vio forzado a trabajar múltiples tonalidades y a tratar de entender personajes complejos con los que es difícil generar empatía. En este sentido, el elenco joven encabezado por Benny Emmanuel, Gabriel Carbajal y Leidi Gutiérrez, encuentra el modo de cargar con la trama, con el apoyo de actores experimentados como Dolores Heredia y Daniel Giménez Cacho, que en conjunto logran un interesante balance, siendo quizás uno de los mayores aciertos de la película.
Tal vez Chicuarotes no sea la película que marque un nuevo estilo o rumbo en el cine mexicano actual. Pero sí resume mucha de las búsquedas narrativas de los últimos años, donde hubo un particular interés por ocuparse de realidades difíciles de asimilar y comprender. Es claro que en la situación actual, una cinta como esta no pasará desapercibida, aunque su mensaje pudiera ser interpretado de muchas maneras y quizás no en todos los casos sea bien recibido. Pero definitivamente, valía la pena intentarlo y hablar de esa terrible realidad que se normaliza diariamente y se pierde entre las historias de la gran ciudad.