Ubicado dentro de un antiguo convento en la alcaldía Coyoacán y a un lado de la Capilla de San Diego Churubusco, el Museo Nacional de las Intervenciones cuenta con distintas exposiciones permanentes, temporales y de sitio; sin embargo, detrás del gran portón custodiado por dos vastos cañones del siglo XIX, encontramos un tesoro gastronómico prácticamente inexplorado y poco tomado en cuenta.
Un poco más adelante de la entrada del convento se halla la entrada al huerto, coronada con una imagen de la Virgen de Guadalupe. El lugar es de gran tamaño y cuenta con hierbas aromáticas y comestibles, como perejil, menta, epazote y tomillo. El espacio tiene también una gran variedad de flores, plantas y árboles que decoran estéticamente su distribución.
Enfrente de la entrada al huerto está la cocina, espacio repleto de recipientes y utensilios de barro, así como un molcajete y un metate, que nunca pueden faltar en una cocina mexicana que se respete. Los hornos, a su vez, forman parte de los muebles y funcionan, al igual que las parrillas, con pequeñas hogueras utilizando leña.
“Un ojo al gato y otro al garabato”, el dicho coloquial usado por las abuelas cuando tratamos de hacer dos cosas al mismo tiempo nació en el siglo XVI y se refiere al encargado de cocina que tenía que estar pendiente todo el tiempo del gato para evitar que se comiera manjares que guardaba el “garabato”, que era un estante sujeto por cuerdas que se colocaba en la parte superior de la cocina.
Es la hora de la comida en el convento, los frailes suben al segundo piso para ser recibidos por 3 mesas rectangulares que presentan un delicioso menú compuesto por pucheros, ensaladas y carnes, siempre acompañados de agua simple o fruta y el siempre presente chocolate. El consumo de la bebida era frecuente, a pesar de su prohibición por ser “alentadora de pasiones”. Lo entendemos, ya que, ¿quién deja ir la oportunidad de disfrutar una deliciosa taza de burbujeante chocolatito recién preparado y condimentado?
La cocina del convento era muy importante en su época, ya que allí se preparaban todos los alimentos que se ofrecían a frailes, viajeros y peregrinos. De igual modo, era un lugar para la vida comunitaria e intercambios culturales.
Aunque sus elementos son rústicos y austeros, las instalaciones del convento cuentan con todo lo necesario para llevar a cabo las preparaciones en grandes cantidades y alimentar a quienes fuera necesario, así como el poder ofrecer un servicio de alimentos naturales, deliciosos y sobre todo, mexicanos.
No queda más que invitarte a visitar el interesante museo y, ¿por qué no tomar unas cuantas prácticas para implementarlas en tu cocina y aprovechar la sabiduría de los antiguos franciscanos en materia culinaria?
Foto principal: María José Ordóñez.