Por Sergio Huidobro desde Morelia
Se presentan, micrófono en mano, como Los últimos Tlatoanis de Naucalpan; “Ya los quiero ver a todos, parados al pie de las Torres de Satélite y decir: sí, señor, de aquí soy.” Lo dicen con una sonrisa tan valemadre que cualquiera diría que siguen en personaje, que Gael García Bernal y Leonardo Ortizgris siguen siendo Juan y Wilson más de un año después de que terminara el rodaje de Museo y llegan a la conferencia de prensa de su estreno nacional, en el 16º Festival Internacional de Cine de Morelia.
La segunda película de Alonso Ruizpalacios, más de tres años posterior a Güeros, toma a personajes extraídos de la historia reciente mexicana, pero no aquellos inmortalizados por la Historia, por el canon ni por los méritos más altos, sino a Carlos Perches y Ramón Sardinas, los estudiantes universitarios oriundos de Satélite, satelucos de corazón, quienes en la nochebuena de 1985 aprovecharon un corte de luz en el Museo Nacional de Antropología e Historia para robar de la sala maya más de cien piezas auténticas que después, inútilmente, intentaron colocar en el mercado internacional.
Estupidez es el primer juicio fácil, condescendiente, que el espectador ocasional podría tener frente a esta pareja de improvisados con suerte. El guion, escrito por Ruizpalacios y Manuel Alcalá, evita ser cómplice de dicho juicio y dibuja a dos personajes más complejos y matizados que las apariencias con las que los etiquetó la prensa de la época y la memoria popular: sí, parecen unos mediocres con más suerte que habilidad, pero ¿seríamos nosotros tan distintos de ellos, en las mismas circunstancias? Lanzar esa pregunta al aire es uno de los grandes méritos de la cinta.
Y en tanto varios aspectos de la película plantea paradojas, ironías y arañazos respecto a la mexicanidad, la pertenencia y la identidad nacional, es curioso que las otras dos cintas presentadas en competencia, Luciérnagas y El ombligo de Guie´dani, sean también meditaciones sobre la pertenencia, el arraigo y eso que en portugués llaman saudade, en entornos evidentemente mexicanos, pero firmadas por cineastas de otra latitud. Luciérnagas, por la directora iraní Bani Khoshnoudi y la segunda por el catalán Xavi Sala.
Luciérnagas es una de esas grandes pequeñas sorpresas que a uno le depara cualquier festival. Procedente del videoarte, las instalaciones audiovisuales y otras áreas aledañas al cine narrativo, Khoshnoudi dibuja con una sencillez, sensibilidad y claridad pasmosas la historia de Ramin, un nómada iraní quien, habiendo escapado de su natal Teherán después de haber estado en prisión (intuimos, sin saberlo del todo, que por “delitos” relacionados con activismo gay), termina varado en los muelles de Veracruz por una mala suerte que haría reír de pena a un personaje de Kaurismaki.
Con extraordinarias actuaciones laterales de Edwarda Gurrola, Eligio Meléndez (de Sueño en otro idioma) y Luis Alberti en la dura piel de un antiguo Mara, prófugo de su pandilla, en tránsito eterno hacia Canadá, en espera de coyote, de La Bestia o de un milagro. Delicada, llena de capas, detalles y de un guion modélico en estructura y en tono, Luciérnagas es una de las sorpresas de la competencia hasta ahora.
Otro proyecto bien afinado, aunque menor en escala, solidez y precisión, es El sueño de Guie´dani, un estudio de observación de clases y racismo naturalizado en una casa de clase media alta en la Ciudad de México a la que llega a trabajar una mujer de edad mediana, Lidia, y su hija de doce años, la Giue´dani del título. Es la mirada de esta última, con todos sus matices, perspectiva y juicio, la que conduce la cinta. Lo que narra son los primeros meses de trabajo de la madre (y sí, también de la niña) en la casa familiar, las fronteras de la condescendencia, el racismo como modus operandi y el doble filo de las buenas intenciones.
El cineasta, catalán de nacimiento y por convicción, explicó en conferencia de prensa su identificación entre su propia identidad y la de los personajes zapotecos de la cinta (nacidas, ambas, en el Istmo de Tehuantepec) como la lucha de dos naciones sin Estado. Esto realza el valor e interés de lo que vemos en pantalla, pero es una lástima que sea la explicación posterior del director la que aporte este matiz, que es difícil encontrar por sí mismo en la cinta.