Por Oriana Meléndez Altúzar
En diversas partes de México, el 2 de febrero se festeja a la Virgen de la Candelaria y Chiapas no es la excepción. Sobre todo en la región zoque, donde estas fechas son de gran importancia. En San Fernando, los festejos del día de la Candelaria comienzan desde el 30 de enero, para culminar las celebraciones del nacimiento de Cristo y, a la vez, marcar el inicio de la penitencia cristiana que se abre con el Carnaval y termina en Semana Santa. Aparte de sus connotaciones católicas, la tradición está relacionada con las festividades prehispánicas de origen zoque. En estas fechas hacían peticiones a los dioses para favorecer las lluvias y tener buenas cosechas.
Los zoques son uno de los pueblos originales más antiguos que habitan Chiapas. De acuerdo con el investigador Thomas Lee, los zoques se asentaron en este territorio desde el año 1600 a.C. En las teorías que propone el destacado historiador Jan de Vos, son los pueblos de habla mixe-zoques que emigraron a la costa del Golfo, los que pudieron dar origen a la cultura olmeca. También hay evidencias arqueológicas que la cultura zoque en Chiapas dominaba la escritura, y hacia el año 700 a.C. establecieron un centro religioso y político a orillas del río Grijalva, quinientos años antes que los mayas.
Ubicado a 20 minutos de Tuxtla Gutiérrez, San Fernando es un pueblo zoque posado en un accidentado terreno, que hace de sus calles intricadas subidas y bajadas por donde todavía circulan los burreros, vendiendo bidones de agua.
Por momentos, autobuses de pasajeros, camiones repartidores, burros aguadores y peatones luchan por circular en las estrechas calles, mientras niñas y muchachas vestidas de indumentaria zoque se congregan para caminar rumbo a la ermita de la Candelaria.
En las calles que rodean al santuario se puede percibir la expectación: la gente comienza a circular llevando las ofrendas, apurando el paso para conseguir un buen lugar para ver el baile.
La gente dentro de la capilla reza ante las dos imágenes de la Virgen; las veladoras y el incienso otorgan misticismo a la mañana, que desdibuja las siluetas de los penitentes. Cuelgan los plásticos de colores en varias direcciones, adornando el patio y sustituyendo el papel picado de antaño.
De pronto llegan los músicos: una banda tradicional de tambor y flauta de carrizo (indispensable para las melodías zoques) y otra más numerosa, de aires norteños y gorras de peloteros, que con sus instrumentos transformarán las matemáticas en los sones de la Candelaria.
Una figura se desliza entre la multitud: “la Güera”, como la conocen en el pueblo, es en este año la Reina de las Candelarias, por lo que encabeza el baile de las mujeres o “Yomoetzé” y revisa afanosa los detalles antes de comenzar. Ligera como abeja, cuelga de su cuello un gran sombrero carmesí, contrastando con su cabello de miel. Las muchachas y las niñas van vestidas con faldas de cuadritos, las tradicionales blusas bordadas que coquetamente dejan los hombros al aire y un sombrero charro corona la cabeza de algunas de ellas, las que pudieron rentarlo o comprarlo.
El tambor y la flauta de carrizo marcan el inicio de la fiesta. La Reina de las Candelarias se abre paso entre la multitud y empieza comandando el baile; las muchachas y niñas pequeñitas danzan al mismo ritmo, agitando sus faldas de colores y formando círculos. En un círculo van las mayores, en otro al centro van las niñas, con su inocencia maquillada para la celebración. Hay varias, las que siguen a la Reina, que portan el sombrero charro, un elemento connotadamente masculino, que en una festividad dominada por las mujeres resalta vistosamente. Según los viejos, depositarios de la “costumbre”, el sombrero charro lleva utilizándose desde hace más de 50 años en esta danza y en otras que se realizan en la región.
En el interior de las casas hay una imagen de la Candelaria, que desde 1874 es adorada en esta región. Los altares zoques están en un lugar importante de la casa, a veces el cuarto más grande. Se adornan con figuras de santos, velas, flores y en ocasiones especiales de ramilletes de flores ensartadas, llamadas “joyonaqués”. Las mujeres mayores rezan y los curiosos se asoman a admirarla. Terminan los sones y es hora de recibir el agradecimiento en forma de pozol y panela, bebida de maíz y cacao que refresca y alienta a seguir por las calles, buscando vírgenes a quienes agradar con danzas.
Unas calles más abajo van “las viejitas”, mujeres mayores que portan la misma indumentaria pero que cargan una muñeca, que representan a la Virgen con el niño. En cada mano llevan un paliacate y lanzan vivas, bailan, se contonean y ríen. Su ofrenda es la experiencia, su virtud es la alegría. Así se vive en San Fernando un 2 de febrero, con esta danza en la que participan activamente las mujeres de varias generaciones.
Oriana Meléndez Altúzar. Es licenciada en Humanidades por la Universidad de las Américas, Puebla. Colaboradora independiente de medios impresos en Chiapas.
Artículo publicado en el número 27 de Mexicanísimo.