En los comicios electorales de 2012, muchos analistas, politólogos y ciudadanos en general se sumaron a una alternativa poco favorable para el ejercicio democrático: votar por «el menos peor», es decir, por quién fuera pero hacerlo para ejercer un derecho obligado más allá de tomar una decisión consciente. Un verdadero acto de esquizofrenia ante el abstencionismo del electorado, quizá menospreciando la oferta política o a lo mejor desilusionados por el sistema que se fundó en 1990 –el IFE, ahora INE– y que ahora no cumple con ninguna premisa fundacional, incluyendo la representatividad de quienes lo mantienen con vida.
Lo cierto es que, tres años después, nada ha cambiado, me refiero a que aún prevalecen los presupuestos onerosos y excéntricos de los partidos políticos, las campañas sucias en contra de otras fuerzas partidistas para ganar sufragios (como ocurre en Estados Unidos), la contaminación propagandística donde prometen «vales para primer empleo», «vales para útiles escolares» o «vales para atención médica». Una ideología o forma de hacer política que resana los vacíos de Estado con soluciones cortoplacistas, es decir, a través de la instauración de una auténtica “democracia de cupones”, como la llama Alejandra Ibarra en la revista Nexos.
Si bien las elecciones no son una vía para lograr una vida plena en la mentada democracia, son el primer paso para alcanzarla. Me refiero a que si el método no es tan sofisticado por sí mismo, la nula participación ciudadana tampoco ayuda a reforzar los mecanismos, porque ¿de qué sirve elegir a un representante si no le daremos seguimiento a su gestión y mucho menos haremos propuestas concisas para cambiar nuestro entorno? Apatía, insisto.
¿Por quién votar en las elecciones intermedias?, es la pregunta. ¿Otra vez por “el menos peor”? Evaluemos. Conozcamos el desempeño de los políticos y analicemos sus propuestas. Parece simple… y lo es. Contratas a alguien para que desempeñe una actividad dentro de tu empresa y no le das seguimiento a su gestión, creo que no te interesa realmente lo que pasa dentro de tu corporación. Del mismo modo se encuentra el país. Tu país.
Claro que hay corrupción, ¿quién dijo que no? ¿Impunidad? También. ¿Qué me dicen de los beneficios transexenales o de las casas en las Lomas o en los clubs de golf más exclusivos? Todo pasa y nada cambia porque seguimos pasmados. Si bien nuestra tarea en Mexicanísimo ha sido destacar y promover todo lo que se hace bien en México, no estamos alejados de la realidad que vivimos. Del mismo modo en que nos sentimos orgullosos por nuestra zonas arqueológicas, el legado culinario y los destellos de la naturaleza que terminan en azul, ¿por qué no enaltecernos con acciones de nuestros políticos? Ya tenemos tarea, y no solo en junio, todos los días.