Cierto es el conocido refrán que reza: “entre broma y broma la verdad se asoma”, que bien podría sintetizar el método utilizado –desde que la prensa existe– por los caricaturistas y moneros de corte político, quienes han encontrado en el arte gráfico una plataforma de sátira y parodia, para denunciar una realidad que desaprueban. En México, el nacimiento de la crítica social a través del grabado y la caricatura nació del excepcional y mordaz lápiz de José Guadalupe Posada, a finales del siglo XIX, cuando sus obras gráficas comenzaron a ilustrar los más importantes diarios de carácter nacionalista, por supuesto, oponentes del régimen conservador porfirista, tales como El Ahuizote, La Patria Ilustrada, El Argos, Nuevo Siglo, entre otros.
La rúbrica de la obra de Posada es, sin lugar a dudas, su personaje de La Calavera Garbancera, nombre que alude a los indígenas que aspiraban a ser como los españoles, y que eran apodados como garbanceros; caricatura que ha trascendido en el imaginario popular del arte mexicano como La Catrina, bautizada así por el muralista (y profundo admirador de la obra de Posada) Diego Rivera, quien la eternizó en su famoso mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central.
“Tan grande como Goya, Posada fue un creador de una riqueza inagotable. Ninguno lo imitará; ninguno lo definirá. Su obra es la obra de arte por excelencia.” -Diego Rivera
Las calaveras y calacas son la insignia identitaria del trabajo de Posada, pero, sobre todo, de su profunda crítica hacia las extremas diferencias sociales vividas en aquella época. Posada encontró en la figura de la muerte la máxima expresión de democracia, ya que –sostenía– no importaba la clase social, la raza o la nacionalidad, todos compartimos el mismo destino: la muerte. Así, se valió de este símbolo para crear sátiras de los políticos más influyentes de la época, de la burguesía petulante y de los déspotas terratenientes; asimismo denunció con gran maestría de estilo y humor la pobreza, la marginación, las desigualdades y las precarias condiciones de vida de una sociedad cuyo gobierno aspiraba a la modernidad, pero que sólo beneficiaba al pequeño sector burgués y desplazaba a la gran mayoría de los mexicanos. Sin embargo, las calaveras de Posada no sólo denuncian la realidad política de aquel entonces, sino muestran toda una crónica visual del México decimonónico, en donde la algarabía y el jolgorio tan característicos del mexicano no podían faltar, por lo que en su amplio repertorio gráfico encontramos también escenas festivas y dicharacheras.
José Guadalupe Posada es considerado el precursor del nacionalismo en las artes plásticas, que tuvo como mayor escaparate el posterior muralismo de mediados del siglo XX; profundamente admirado por José Clemente Orozco y Diego Rivera, quienes lo posicionaban al nivel de artistas, hoy universales, como Goya o Picasso; no obstante, la muerte no fue tan democrática como él pensaba, pues falleció sin mayor fortuna que sus obras y sin nadie que le rindiera las ofrendas funerarias merecidas. Sin embargo, el portento artístico, social e histórico inherente a sus grabados lo revindica y homenajea en las miles de Catrinas que se han convertido, hoy día, en el ícono por excelencia de la muerte en México.