Muchas son las historias que un libro resguarda.
Una la que relata sus palabras, otra la del autor, ese creador silencioso que, por momentos, se asoma entre sus personajes o entre su particular andamiaje de letras. Y qué me dicen de las vicisitudes que vive un libro para llegar a ser eso, un libro, para llegar a nuestras manos, para alcanzar la meta final: ser leído. Es aquí donde la figura del editor hace su aparición. Es él quien facilita que los libros vean la luz pública o bien, quien los condena al olvido absoluto.
Con el devenir temporal y el avance tecnológico, la labor editorial se ha complejizado hasta convertirse en toda una industria. Hoy día existe una gran cantidad de casas editoriales, que no sólo satisface las exigencias de los lectores, sino también las diversas expresiones de los autores. Asimismo, las editoriales se han transformado a la par del formato libro, es decir, han tenido que estar a la vanguardia dictada por las nuevas técnicas de impresión o la manera en que el lector se relaciona con un texto, claro ejemplo de esto son los libros electrónicos, los audiolibros o los libros en 3D.
Sin embargo, esto no siempre fue así. Durante la Colonia en México, el medio más importante de publicación y de fuente de trabajo para los escritores de aquel tiempo era el periódico, pocos eran los afortunados en ver publicado en forma de libro sus escritos, más todavía que llegarán a cruzar el Atlántico para ser leídos por el público europeo. La edición libresca se limitaba a un ámbito selecto y hermético, lo que provocaba que la lectura fuera también una actividad única de las altas esferas de la sociedad, aunado al gran analfabetismo que nuestro país sufrió hasta muy entrado el siglo XX.
Ante este panorama poco favorecedor para el mundo de los libros, era imperativa la creación de una institución que transmitiera saber y conocimiento, de manera asequible y al alcance de todos los públicos. Así, en 1929 Daniel Cosío Villegas, quien fue historiador, crítico, literato, abogado, economista, todo un intelectual de primer orden, fundó la revista Economía cuyo objetivo era difundir artículos especializados en economía, a raíz de estas publicaciones, en 1934, Cosío Villegas emprendió un proyecto mayor, la de construir una colección completa pensada, principalmente, para sus estudiantes de la recién inaugurada Escuela Nacional de Economía de la UNAM. Éste sería el inicio de una de las editoriales más grandes e importantes de nuestro país: el Fondo de Cultura Económica, cuya fundación estuvo también a cargo de los directores de la Escuela Nacional de Economía y el Banco Nacional Hipotecario. Si bien, en un principio la editorial se dedicó a publicar libros de economía, con el tiempo amplió sus intereses al resto de las ramas del conocimiento: Historia, Literatura, Política, Sociología, Lingüística, Filosofía, Antropología, Ciencia y Tecnología.
Conforme el Fondo fue creciendo y consolidándose, se crearon diversas colecciones a través de las cuales salieron a la luz títulos que nunca habían sido publicados o bien que sólo eran conocidos entre los intelectuales especializados, ejemplo de ello es el Popol Vuh, que se publicó dentro de la colección Biblioteca Americana, traducida por Adrián Recinos, un tesoro literario que hoy día se sigue leyendo en la edición del Fondo. Así también las obras literarias de Rulfo que fueron publicadas por primera vez dentro de la colección Letras Mexicanas.
Además, no sólo las reconocidas plumas de la literatura mexicana y mundial han sido publicadas en esta casa editorial, sino también han fungido cargos administrativos dentro de ella, como Juan José Arreola, quien trabajó como corrector y editor. Gran anécdota es la que cuenta acerca de Pedro Páramo y el Llano en llamas de Juan Rulfo: “Con los cuentos no hubo problema, pero en cambio no se animaba a entregarnos Pedro Páramo. Hasta cierto punto tenía razón, porque tenía un montón de escritos sin ton ni son, y Rulfo se empeñaba en darles un orden. Yo le dije que así como estaba la historia, en fragmentos, era muy buena, y yo le ayudé a editar el material. Lo hicimos en tres días, viernes, sábado y domingo, y el lunes estaba ya el libro en el Fondo de Cultura Económica.”
Es importante destacar que el Fondo de Cultura Económica, desde su gestación, está consciente de que el libro es un objeto vivo y como tal se transforma junto con la sociedad que lo crea, por ello, a lo largo de sus 80 años de vida, también se ha adaptado a las nuevas exigencias de sus lectores, de tal forma que actualmente no sólo es una casa editorial, sino toda una empresa cultural, pues cuenta con librerías y centros culturales en todo México, así como filiales en diversos países de Latinoamérica, con el fin de ampliar las fronteras de difusión de los libros que edita.
Con ello, el Fondo de Cultura Económica cumple 80 años llevando hasta los libreros de nuestras bibliotecas personales a clásicos y contemporáneos del Viejo y Nuevo Continente, pero, sobre todo, defendiendo nuestro derecho a conocer el inconmensurable mundo que resguardan los libros.