A fuerza de llorar por los difuntos y de encontrarles reales o imaginarias virtudes, creamos una especie de premio al hecho de morirse, para que el mundo reconozca los logros personales. Un mundo tacaño en celebraciones reconoce post mortem a sus mejores habitantes.
Aunque he escuchado epitafios increíbles inventando virtudes a verdaderos gángsters, también encuentro palabras valiosas sobre gente que valió la pena. Reconocimientos al fin, pero tal vez un poco tarde.
A mí, sin embargo, me encantan los aplausos que pueden ser escuchados por esas personas que realmente han hecho la diferencia en este planeta: personalidades míticas, seres humanos de excepción, que hoy se oponen a la injusticia, proponen soluciones e inventan un mundo mejor. Hoy quiero hablar de los vivos a quienes admiro y a quienes no les asigno virtudes de santidad, sino contemplo sus aportaciones que contrarrestan los probables defectos que seguramente tienen, como todos.
Así pues, quiero agradecer la presencia en nuestro país de Miguel León Portilla, quien tiene una juventud permanente y que sigue aportando caminos para conocer nuestro pasado. Le debemos su nombre a varias avenidas enormes.
Reconozco los trabajos por la paz de María Elena Morera, quien como pocos ha resistido la tentación de volverse crítica de todo y con sensatez reconoce lo que se hace bien al mismo tiempo que presiona por cambios pospuestos.
Agradezco también las aportaciones de Gabriel Zaid, poeta, crítico, ensayista que no se ha dejado atrapar por los halagos gubernamentales. Leerlo es aprender en cada renglón.
Al hablar de mexicanos con personalidad mundial no puedo evadir la inteligencia del académico Juan Enríquez o del neurocirujano Alfredo Quiñones, el Doctor Q; igualmente la participación en el mundo cinematográfico de Salma Hayek, Alfonso Cuarón o González Iñárritu. En el futuro –aún con sus claroscuros– se hablará con respeto de la llamada de atención que el Subcomandante Marcos ha dado no sólo a México sino a todo el planeta. Abundan artistas que personalmente admiro, todos ellos vivos, como el pintor Rafael Cauduro, la pareja de guitarristas Rodrigo y Gabriela, Café Tacvba o el bailarín Isaac Hernández. México se explicará de mejor manera gracias al filósofo Leonardo da Jandra.
Personajes que se han comprometido con la conservación del planeta hay muchos, como Martha Isabel Ruiz Corzo, Carlos Galindo o Jesús León, por ejemplificar en ellos a quienes defienden nuestros ecosistemas. Imposible olvidar los esfuerzos por la paz de Ofelia Medina y, por encima de muchos detractores, me gusta el trabajo y los logros de Fernando Landeros. Hablar de los vivos es muy gratificante, es educativo, es un honor vital para los que hacen diferencias.
En el plano internacional, mis gallos son el filósofo Fernando Savater, la activista birmana Aung San Suu Kyi, Eric Clapton, Joan Manuel Serrat, Bill Gates, el escritor chileno Antonio Skármeta o la ganadora del Nobel Toni Morrison. Y los nombres fluyen, de biografías que todos deberíamos conocer aunque no sean perfectas, como las de José Mujica, Mohammad Yunus o la actriz Meryl Streep. Si enfocamos los programas educativos a que nuestras niñas y nuestros niños aprendan estos nombres en lugar de los de narcotraficantes y asesinos, podremos sembrar mejores condiciones de futuro.
La moraleja es: cuando queramos reconocer a grandes personajes, no busquemos solamente en los obituarios.