Ni evasión ni refugio ni viaje ni ancla, el arte se ha vuelto un espacio de luz que nos permite creer en lo posible, en lo rescatable, en que no todo lo verdadero es violento.
Cansados de asomarnos a los dolores, quienes ya estamos hartos de contar los muertos de cada día reconocemos al arte como una parte de la respuesta, una de las oportunidades para la reconciliación, para comprender que las heridas pasan y que lo realmente perdurable no son las olas sino el océano.
Agarrado del arte compruebo que se puede resistir el remolino. Sujeto a las expresiones de este país, que abruman de color y de nuevos lenguajes, encuentro que mi país tiene ventanas nuevas y salidas, en la medida que permita a los artistas crear lenguajes que no se atoren en el diccionario común de festinar la violencia inaceptable.
Habrá que agradecer la diversidad en los caminos. El abanico es impresionante, infinitamente más diverso que los rostros de la muerte. Ahí están los mensajes eternos en la pintura de las culturas prehispánicas y que se hizo multicolor gracias a Rivera, Kahlo o Tamayo; en la música que se escucha en las chirimías y marimbas y nos entrega el nacionalismo intenso de Moncayo; en las construcciones heredadas de mayas, aztecas y europeos y que dieron nuevos cauces a la luz y al diseño gracias a Luis Barragán; en las letras que Paz y Rulfo acuñaron para el mundo… más las aportaciones de referentes actuales como los pinceles de Toledo y Coronel, las partituras de Daniel Catán y los nuevos lenguajes de Carmen Boullosa, Alberto Ruy Sánchez, Jorge Volpi o Ignacio Padilla. Pero eso no es todo. Gritándole al escenario se encuentran los esforzados en oponerse a vivir con miedo y exorcizan la violencia con películas sobre el narcotráfico o esculturas sobre la migración entre dos trozos de tierra que alguna vez fueron uno solo. ¿Cómo encuentran arte en medio de los “levantones” y los “descabezados”? ¿Cómo peinan la belleza en medio de los silencios que acarrea el dolor? ¿Cómo buscan color en el claroscuro de las balas? Ése es parte del inigualable mensaje que se aprecia en los talleres jóvenes, en los grafitis y en los creadores de las tendencias de mañana. Los artistas mexicanos de hoy han encontrado otras rutas en la arquitectura, en los performances callejeros, en los murales efímeros de luz, en la belleza extraída de la basura. La belleza suele ser terca, afortunadamente.
En México podemos comprobar lo misterioso del arte, capaz de ayudarnos a sacar la cabeza y seguir recorriendo museos, exposiciones, como si encontráramos en su regazo la paz deseada, el saludo de los dioses, la esperanza de que el agobio terminará pronto. Hoy los creadores aportan, con una intensidad que agradecerá el futuro, nuevos trazos, notas, letras, formas distintas que surgen pese al desencanto, y toman las calles para decirnos y decirle al mundo que siempre habrá caminos mejores.
El arte, hoy, al menos en México, pone el ejemplo, negándose a posponer el placer o someterlo al luto. Evita que escondamos la cabeza en el cieno, prohíbe las rutas del silencio, agujera los muros creados por los pánicos ciudadanos, nos revalúa como sociedad. Tal vez algunos no lo hayan descubierto, preocupados como están en mantener la cabeza agachada, pero en estos tiempos de duelo donde la gente quiere pasar desapercibida, son los muros coloridos y la música en el viento los que se encargan de hablar por nosotros y de asomarse al futuro.