Pedro López Hernández
Resulta interesante conocer el uso inicial de ciertos lugares, o la finalidad de su erección. Eso mismo ocurre con el Museo José Luis Bello y Zetina, cuya pequeña entrada hace que en primera instancia, los visitantes alberguen un pensamiento diferente. Pero más sorprendente es que al llegar al segundo piso, inicia la magia debido a que las puertas se abren para mostrar salones suntuosos.
El inmueble perteneció al convento de Santo Domingo, pero con las Leyes de Reforma se expropió para después tener uso particular. El espacio fue adquirido por el señor José Luis Bello y González a finales del siglo XIX, quien se lo otorga como regalo de bodas a su hijo Rodolfo Bello y Acedo. Rodolfo contrajo nupcias con Dolores Zetina Pacheco, unión de la que nació José Luis Bello y Zetina, en 1889.
La directora del museo, la señora Guadalupe Bedolla, brindó parte de su tiempo y mantuvo un coloquio con este medio. Vale decir que ella ha mantenido su puesto desde 1983, aunque ya trabajaba en la fundación Bello, la cual se encarga ampliamente de la galería pictórica:
“Hablamos de que este museo es una fundación. Textualmente, en el testamento del señor José Luis Bello, dice así: <<Mi heredera universal es la Fundación José Luis Bello y Zetina, integrada por un patronato de cinco miembros, presidente (señor Enrique Pérez Benítez), secretario (arquitecto José Antonio Quintana Gómez), tesorera (doctora Susana Quijano de Rivero) y vocales (las maestras Maricruz Rugarcía de Rodriguez y Ana Joaquina de la Concha)>>. Es como está integrado el patronato. El primer presidente de este fue don Basilio Sánchez Gutiérrez, el segundo Juan Rugarcía Suárez y actualmente el señor Enrique Pérez, quien es un ser humano magnífico. Yo creo que si el público viene y alaba la estancia, pues es fruto de la responsabilidad, del cariño hacia la misma y principalmente de la administración honorable del patrimonio del señor Bello. La organización ha sabido trabajar, porque el museo se encuentra en condiciones excelentes, además no se cobra entrada y la visita es guiada”.
De repente, los candiles iluminan las estancias. Mientras más se observa, hay una gran influencia de artes europeas en el lugar. Si bien, cada salón resguarda cosas poco comunes, todos están dotados de maravillas de marquetería poblana y hasta muebles completamente franceses, destacando los estilos como el del Primer Imperio. La recamara de los señores Zetina es una copia de la que perteneciera a Napoleón Bonaparte y una de las obras que resaltan en dicho lugar fue realizada por la mano de Miguel Cabrera. Pero eso no es todo, sino que hay otros tesoros que fueron adquiridos por medio de conocedores de arte, pues el señor Zetina jamás viajó al extranjero.
“La pintura es lo más preponderante de la colección, encabezada por ‘El éxtasis de san Francisco de Asís’ de Bartolomé Esteban Murillo, ‘San Pedro’ de Francisco de Zurbarán, un grabado de Goya y otros artistas europeos no tan reconocidos como estos. En cuanto a México, es posible encontrar de Miguel Cabrera, de Vallejo, de Diego de Borgraf, los capitulares de Luis Lagarto, del siglo XIX las obras de Agustín Arrieta, la colección de miniaturas de siglo mencionado, grabados de la Biblioteca Palafoxiana, incluso un retrato del obispo Juan de Palafox de 1665, un tesoro, ya que en aquel momento eran muy escasos porque se prohibió reproducir su imagen. Si nos vamos a las esculturas, la número uno es Luis XIV de Francia, Napoleón, la esposa de Napoleón, lámparas de estilo griego y esculturas firmadas por Antonio Canova (escultor de la familia real de Napoleón). En el mobiliario destacan la sala y el comedor, la recamara queda en segundo término. Hay mobiliario poblano, sobresalen las piezas de marquetería. La cristalería europea y objetos como porcelana Sevrès, cristal Baccarat, o tres porcelanas de la dinastía Ming (China). La colección de pisapapeles les agrada muchísimo a las personas y precisamente en este año, la exposición temporal es de cristal”; explicó la directora Guadalupe.
Jesús calmando la tormenta, de Karoly Marko (eslovaco)
Pese a la gran colección que muestra diversas corrientes como el Barroco, el Neoclásico o el Romanticismo, incluso la influencia de otros lugares lejanos como Asia, la casona en sí misma cuenta una historia que se extiende durante 100 años, tiempo en que ésta colección se reunió, pues el señor Bello y González fue quien la inició. Como se ha comentado, la calle de la avenida 5 de mayo, vio crecer al señor Zetina (un hábil conocedor del arte y comerciante), inclusive atestiguó el amor que le profesó a la entonces señorita Julia Haro, su futura esposa.
Una vez que el matrimonio se consumó en 1914, al año siguiente tienen un hijo el 16 de julio de 1815, nombrado José Luis Manuel Rodolfo Bello y Haro. Sin embargo, la alegría duraría poco, debido a que el 18 de septiembre del mismo año, el bebé fallece. Este episodio parte el corazón de los señores Bello, quienes recobran fuerzas poco a poco. Así, se dedicarán a la beneficencia en grupos de estrego social como huérfanos y ancianos. Por ejemplo, el señor José Luis era presidente de la Junta de Beneficencia Pública, misma que se constituía por el Hospital General, la Lotería Nacional y el Hospicio. Poco después, con ayuda de amigos y donativos, funda la ‘Casa de cuna Palafox y Mendoza’, cuyo edificio fue restaurado para albergar alrededor de 300 niños. Además confunda el ‘Asilo de ancianos de San Jerónimo’, posteriormente adquirido por Manuel Espinoza Iglesias y donde actualmente se ubica el Museo Amparo.
La directora Bedolla visitó la casa por primera vez cuando tenía 15 años, de modo que su acercamiento con el propietario fue significativo, puesto que comprendió cómo era aquella persona que gustaba de las decoraciones opulentas y del arte. Esta oportunidad ocurrió debido a que la señora Guadalupe trabajaba como secretaria en el desaparecido Centro de Estudios Históricos de Puebla y ella misma dice que al principio desconocía lo que implicaba el lenguaje artístico:
“Conocí al señor Bello, de una personalidad distinguida, un ser humano que escondía esa parte noble. Lo que veo es a un hombre estricto, serio, formal, un caballero ante todo, muy estricto (eso es lo que más me impresionó). Pasaron los meses y en 1966 o principios de 1967, frecuenté su casa. Entonces me dice el profesor Cordero <<vamos a ir a casa de don José Luis Bello>>. Vine porque él daba un donativo, pero nunca había entrado y en menos de cinco minutos recorrimos su casa. Para mí fue algo sorprendente, a cada habitación que entraba sentía un golpe en mi corazón, porque no daba crédito de cómo una persona como don José Luis Bello tenía tanta riqueza, porque en dicho momento ese fue mi punto de vista, ya que no podía entender tanta belleza. Y bueno, visitamos la casa del señor Zetina porque se iba a publicar un libro titulado ‘Galería Pictóricas Privadas de Puebla’. Ese fue un preámbulo a mis posteriores visitas. Vi llorar al señor José Luis, él era diabético y el último año de su vida fue perdiendo la vista, al final ya nada más veía el bulto pero eso no lo amedrentaba, porque salía y con su bastón caminaba y se dirigía a las personas sin problema, porque su oído le ayudó mucho y nos reconocía por la voz. Él fallece el 17 de septiembre de 1968 y yo llego a trabajar el día 1ro. de octubre. Obviamente que al paso de los años, al releer y releer su vida y su correspondencia, tuve un parámetro maravilloso para conocer la esencia de un ser humano y entonces ahí descubro a un hombre generoso. Al poco tiempo de que se abre el museo, empiezan a llegar visitas que conocían al fundador y recuerdo que vino una maestra del hospicio, baja de estatura, un poco gordita, apiñonada, como de 60 años; cuando llegamos a la biblioteca, entonces ella me platicó: <<el señor Bellito, cuando iba al hospicio, llegaba tempranito y todos los niños deberían de estar formados y a una sola voz decían “buenos días, papá Bellito”>>.
Después de altibajos en su vida, los ojos del señor Zetina se cerraron para siempre, pero su legado sigue vigente en Puebla, para propios y visitantes, quienes admiran la grandeza del lugar y no solo eso, sino que conocen la historia de un hombre, cuyas acciones repercutieron significativamente. Pero más interesante es que el lugar narra la vida de uno de tantos humanos, y simultáneamente cada objeto relata memorias de sus creadores, inclusive la casona exhibe los esfuerzos de todos aquellos, como los trabajadores, que contribuyen a su permanencia.
Nota: Las imágenes son cortesía del Museo José Luis Bello y Zetina.