En Mexicanísimo, revista impresa, número 53, agosto de 2012.
Había una vez un lejano reino donde habitaban los descendientes del agua. En el reino, una montaña sagrada destacaba sobre todas las montañas que la rodeaban, no por su altura o tamaño, sino por su mágica singularidad. Ahí confluía el agua de las grandes montañas después de un largo viaje desde lo más alto a través de diversos canales y acueductos construidos en lo más profundo de los bosques. En su prolongado camino, rodeando y atravesando colinas y valles, el agua de los canales regaba cientos de terrazas construidas a mano por los habitantes del reino desde la base de las montañas y sostenidas con elegantes filas de magueyes pulqueros. En las terrazas crecían las más diversas milpas con maíz, amaranto, calabaza, chile, frijol, jitomate, tomatillo, quelites, entre otras muchas plantas. También había árboles frutales como tejocote, capulín, guayabo, ciruelos y nopales.
Antes de llegar el agua a la montaña sagrada se acumulaba en una gran poza y de ahí iba pasando por estanques con breves saltos, simulando pequeñas caídas de agua. Un acueducto recorría el último tramo para llegar a la montaña y una vez ahí, el agua se dividía por dos canales que la iban rodeando como un cinturón en su altura media y se distribuían en grandes pozas ubicadas en los puntos cardinales.
La montaña albergaba un hermoso y diverso jardín con una gran variedad de plantas nativas de la región con flores de todos tamaños y colores y muchas otras traídas desde muy lejos que se sembraban por sus cualidades alimenticias, medicinales o, simplemente, por su extraordinaria belleza. También, además de la enorme diversidad de aves nativas que vivían en matorrales y bosques aledaños, se habían traído muchas otras especies de distintos colores desde lugares remotos del reino. Los cantos de la gran variedad de aves, los colores y aromas de las diversas flores, y los sonidos de las pequeñas cascadas hacían de este lugar una experiencia inolvidable.
La montaña sagrada estaba coronada por un gran templo desde donde se dominaba un extenso valle cubierto por un igualmente inmenso espejo de agua. En las orillas del lago crecían densos tules que cobijaban a patos, zambullidores, gallaretas, chichicuilotes, chorlitos y águilas pescadoras. En las orillas del lago, por todo su alrededor, podía observarse desde lo alto la actividad de los distintos poblados, grandes y chicos, transportándose en frágiles tulillos, chalupas y chalupones, entre juncos, tules y chinampas.
En la montaña se reunían los líderes de tres grandes señoríos para discutir sobre la historia y el destino de las grandes regiones que gobernaban. También había reuniones de artistas en las que compartían sus poemas y sus cantos. Pero, principalmente, la montaña sagrada era el sitio de descanso y meditación de un gran señor. Desde lejos, la montaña sagrada tenía la apariencia de un cono formidable rodeado por un grandioso anfiteatro de balcones con jardines encajados al pie de las montañas donde crecían bosques de pinos y cedros.
Un poco de historia
Todo esto que parecería el paisaje onírico de un cuento de hadas fue construido por uno de los personajes más asombrosos de la historia de México: Acolmiztli Nezahualcóyotl (1402-1472). Acolmiztli, “puma fuerte”, Nezahualcóyotl, “coyote hambriento”, también es uno de los personajes de nuestra historia prehispánica mejor documentados ya que dos de sus descendientes, Juan Bautista Pomar (1535-1590) y Fernando de Alva Ixtlixochitl (1568?-1684) recuperaron gran parte de su legendaria historia y de sus obras.
Nezahualcóyotl fue hijo del tlatoani acolhua Ixtlixochitl Ome Tochtli (1380-1418) y de la princesa Matlacihuatzin, quien a su vez era hija del segundo tlatoani mexica Huitzilihuitl, “pluma de colibrí”, y de la tepaneca Ayauhcihuatl, hija del tepanecateuctli (tlatoani tepaneca) Tezozomoc. Así, Nezahualcóyotl llevaba sangre de tres de los señoríos más poderosos de la hoy llamada cuenca de México: su abuela era tepaneca, su madre mexica y su padre acolhua. A pesar de esta ilustre herencia, en aquellas épocas los tepanecas dominaban la región desde Atzcapotzalco, y su bisabuelo materno, Tezozomoc, en su constante búsqueda de ampliar sus territorios, mató al padre de Nezahualcóyotl, quedándose éste huérfano a los 16 años. Nezahualcóyotl pasó diez años fugitivo, a veces entre distintos pueblos y a veces protegido por sus tías mexicas en Tenochtitlan. Su incansable huida terminó a los 24 años cuando murieron sus principales enemigos tepanecas: Tezozomoc en 1426, y dos años después su hijo e ilegítimo sucesor Maxtla. En 1430 se formó la triple Alianza entre Tenochtitlan (Izcoatl), Tacuba (Totoquiyauhtzin) y Texcoco (Nezahualcóyotl), y empezó el engrandecimiento del imperio mexica.
Nezahualcóyotl escogió el Cerro de Tezcutzingo para hacer un gran palacio al final de una obra hidráulica extraordinaria que llevaba el agua del volcán Tláloc a través de canales, acueductos, rebosaderos, cajas de control de agua, terraplenes, fuentes, placeres, escalinatas, calzadas hasta las pozas conocidas como los famosos baños. Muchas de estas estructuras fueron labradas en la roca. Ahí en el sitio a donde iba a cazar venados, a meditar y a descansar, creó el primer jardín botánico del continente. El naturalista y pintor mexiquense José María Velasco (1840-1912), maestro de Diego Rivera dedicó una de sus obras, conocida como Los baños de Nezahualcóyotl a la magnífica poza labrada en una gran piedra que se encuentra en el costado sur del cerro de Tezcutzingo.
Nezahualcóyotl gobernó 43 años, de 1429 hasta su muerte en 1472, y fue sucedido por su hijo Nezahualpilli (1464- 1515) de tan sólo ocho años. Su gobierno acompañó y fortaleció a los de tres tlatoanis mexicas, su tío abuelo Itzcoatl (1428-1440), su cuñado Moctezuma Ilhuicamina (1440-1469) y su sobrino Axayacatl (1469-1481).
Ingredientes de una maravillosa historia
Si bien, la historia de Nezahualcóyotl no es un cuento de hadas, contiene muchos elementos que la hacen legendaria. Además de la construcción del complejo sistema hidráulico en el Cerro Tezcutzingo, a él se le atribuyen muchas otras obras como el albarradón de Nezahualcóyotl, un dique de 16 kilómetros de longitud, cuatro metros de alto y más de seis de ancho, que separaba las aguas dulces de Xochimilco y Chalco de las aguas saladas del lago de Texcoco. El gran dique atravesaba el lago del cerro de la Estrella en Iztapalapa hasta el pie de la Sierra del Tepeyac en el extremo norte. Todavía quedan algunos restos del dique en Ecatepec. También participó en la construcción del acueducto que llevaba agua de los manantiales de otra montaña sagrada, Chapultepec a Tenochtitlan.
Si bien, muchos centros ceremoniales estuvieron ubicados en lugares desde donde se podía determinar el calendario anual utilizando las montañas como marcadores, algunas montañas estaban ubicadas naturalmente en esas posiciones. Estas debieron ser reconocidas como montañas sagradas. Por ejemplo, en el cerro de Chapultepec, ocupado en sucesión por teotihuacanos, toltecas, tepanecas, mexicas, españoles, austriacos y chilangos, desde el “aposento de Moctezuma” (al oriente de la Casa de los Espejos) en el solsticio de invierno se observaba salir el Sol detrás del vientre del Iztaccíhuatl; en los equinoccios, detrás del cerro Tláloc; y en el solsticio de verano, detrás del cerro Metecatl, al que rodea en su último tramo el agua, antes de llegar al Tezcutzingo.
Por su parte, desde la cima del Tezcutzingo en el solsticio de invierno (22 de diciembre) el Sol sale en la cima del cerro Tláloc, el más venerado de la región. Algunas de las paredes de los muros, como el “patio de las danzas” y de algunos reservorios están alineadas a la salida del Sol en los equinoccios de primavera (22 de marzo) y de otoño (22 de septiembre). El palacio de Nezahualcóyotl en Tezcutzingo fue construido tomando en cuenta los cambios de posición en la salida del Sol durante al año.
A Nezahualcóyotl también se le adjudica la plantación de muchos de los ahuehuetes en el bosque de Chapultepec y en los alrededores de Texcoco, como los 310 ahuehuetes del parque El Contador (Acatetelco) en San Salvador Atenco, que hoy en día más parece un cementerio de estos gigantes. El ahuehuete (Taxodium mucronatum), del náhuatl “viejo del agua”, es un árbol pariente de cedros y pinos de hábitos ribereños famoso por su tamaño y longevidad. El más famoso es el árbol de Santa María del Tule en Oaxaca, llamado así porque en el lugar crecían tules o espadañas (Thypa sp.), plantas típicas de lugares inundados. El ahuehuete tiene solo un pariente cercano, el ciprés de los pantanos (Taxodium distichum) que vive en zonas inundables del sureste de Estados Unidos. Por su parte, el ahuehuete, también llamado Ciprés de Montezuma o sabino, se distribuye desde el sur de Texas hasta Guatemala (casi endémico de México), principalmente a lo largo del cauce de los ríos acompañado de fresnos, álamos, y otros árboles ribereños.
A pesar de que hoy sabemos que Nezahualcóyotl no era partidario de sacrificios humanos y que sus creencias apuntaban a un solo creador, la montaña de Tezcutzingo no fue sagrada para todos. En 1528, al parecer el franciscano Fray Juan de Zumárraga (1468-1548), junto con el dominico Fray Domingo de Betanzos (1480-1549), “protectores de los indios” ordenaron la destrucción de Tezcutzingo. El arzobispo dominico Fray Agustín Dávila Padilla (1562-1604) escribió: “A una legua del pueblo se ve hoy con extraña majestad el puesto que tenía el demonio tiranizado para su honra”. Algunos expedicionarios, como Francisco Hernández de Toledo (1514-1578) aún pudieron apreciar parte de las construcciones del sitio y varios de los objetos que pertenecieron a Nezahualcóyotl como su estatua, su escudo, banderas, instrumentos musicales, armas y ornamentos, que probablemente se perdieron en el incendio del Monasterio del Escorial de Madrid, en 1671.
Actualmente, la montaña de Tezcutzingo sigue sobresaliendo por su forma de triángulo equilátero y su apariencia oscura. Sin embargo, es desconocida por la mayoría de los vecinos, no digamos de los habitantes de la zona metropolitana. El sitio carece de señalización para llegar y ni siquiera hay presencia de custodios del Instituto Nacional de Antropología e Historia. A pesar de ser parte del parque estatal Sierra de Patlachique declarado en 1977 con una superficie de alrededor de 30 kilómetros cuadrados, pertenecientes a terrenos ejidales, comunales y pequeñas propiedades, no hay señas de que funcione como área protegida. Apenas 23 años después de su declaración se publicó el Plan de Manejo del Parque Estatal, con tan poco efecto como el de su declaración.
En la vecina zona arqueológica Teotihuacan, a tan solo 20 kilómetros de distancia, la segunda zona arqueológica más visitada del mundo llegan 2.5 millones de turistas al año, con una derrama económica de cientos de millones de pesos. Debido a su cercanía a 40 kilómetros de la Ciudad de México, la restauración de la montaña sagrada, de su sistema de canales y acueductos y de cientos de terrazas de la región podría ser no sólo un proyectos arqueológico-turístico de gran importancia sino que además se restauraría un área considerable de producción agrícola. El derrame económico para los habitantes de la región sería realmente considerable.
Lo que fue la gran montaña sagrada, embellecida por uno de los personajes más importantes de la historia de México, hoy se encuentra en el abandono y en pleno deterioro. Actualmente al legendario tlatoani Nezahualcóyotl es recordado por la Ciudad Neza, por la Sala Nezahualcóyotl y por los billetes de cien pesos. Tristemente, el rey poeta habló con palabras proféticas.
Como una pintura
Nos iremos borrando.
Como una flor,
Nos iremos secando
Aquí sobre la tierra…
Nezahualcóyotl