Por estos días, cumpliría 80 años Francisco Toledo. Al paso de los años, su imagen irá creciendo al nivel de los mejores de nuestra historia artística, y eso que hemos tenido un listado enorme de grandes exponentes, pero Toledo era más, no solo por su enorme capacidad, por su personalidad arrebatada (poco se habla de cuando “le bajó” la novia a Octavio Paz, con lo que se podría completar esa frase de que “Rollo mata carita” con un “personalidad mata rollo”), por su firmeza terca a favor de cosas que para él eran irrenunciables, sino también porque creó un nuevo idioma alrededor de las artes plásticas, porque Francisco Benjamín no era propiamente un pintor, era un grabador, un ceramista, un ilustrador, un impresor, un dibujante. Y también, porque Toledo es el mejor ejemplo del mexicano hosco, rudo, persistente, pero de corazón enorme y capaz de morir en la raya por lo que él creía.
Como tantos otros personajes mexicanos que les gusta crear un misterio alrededor de su origen, Toledo era de todos lados y, aunque se dice que nació en la Ciudad de México, él insistía haber nacido en Juchitán, así que no pienso contradecirlo porque, como decía Chavela Vargas: “los mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana”. Pero de que fue un enorme oaxaqueño universal, ni duda cabe.
La obra de Toledo es complicada, para algunos demasiado ruda, apasionada, intensa, porque no podía ser de otra manera. Pocos artistas han hecho tanto por llevar a los insectos a su obra, aunque también su desmesurado erotismo crea ciertas incomodidades para los puristas, que son muchos, desafortunadamente. Pero eso va cambiando, porque Toledo desarrolló un estilo artístico que regirá, seguramente, el siglo XXI.
En los 13 años de historia de Mexicanísimo solo hicimos dos números (de 120) dedicados íntegramente a un personaje, con Rulfo y con Toledo. Personalmente creo que ambos dicen mucho sobre este México huraño, seco, inexplicable pero bello, pausado a ratos e incisivo en otros. Está entre los artistas más completos como filántropo y líder social, como gestor comunitario y promotor artístico, como mecenas y agitador, siempre desaliñado, siempre huarachudo, siempre “claridoso” al grado que no era sencillo invitarlo a un evento porque existía la posibilidad de que no asistiera a última hora o que aprovechara el evento para lanzarse contra todos (literalmente, todos).
Hoy recorrer Oaxaca es caminar a su lado, descubriendo los lugares que favoreció, los centros de arte que donó al país, la escuela que creó, las puertas que abrió para tantos. Oaxaca huele a Toledo, sabe a Toledo, brilla luminosa como la mostró Toledo, el maestro que cumple 80 años y seguramente anda por ahí, invitando a los pintores de su tierra a desatarse para mostrar su realidad autóctona y mestiza, mezcalera y festiva. Dicen que murió en septiembre de 2019 pero Toledo sigue por las calles, así que si van a Oaxaca, denle un saludo en su cumpleaños.