Su historia siempre me pareció entrañable, porque la vida le quedó corta. Se murió temprano, apenas tenía 101 años, era aún muy joven y por eso seguía escribiendo poemas, soñando versos, cantando rimas para lo que le quedaba de vida. Seguía buscándole tres pies al gato. Cada vez describía la vida de una mejor manera, aunque los achaques intentaban doblegar sus ganas de ser entusiasta sin por eso dejar de ser crítico. Se llamaba Andrés, y es un enorme patrimonio mexicano.
Un hombre de su tiempo que, gracias a la palabra, se hizo poeta en dos lenguas, la propia, zapoteca, heredada por la tierra, y la adquirida, mestiza, que le dio verbos en castellano para repartirlos hechos poesía.
Andrés Henestrosa Morales nació en San Francisco Ixhuatán, un pueblo oaxaqueño de pastizales y árboles de nombre poético, como el guanacaste y el totoposte. Ese pueblo de armadillos y codornices pero también de injusticia y abandono, ubicado en el Istmo de Tehuantepec, fue su cuna y su abrevadero, aunque Andrés se hizo mundial como narrador, como poeta, orador, escritor, historiador, periodista y también político de su estado, pero no olvidó lo verdaderamente suyo y ayudó a recuperar el zapoteco, fonetizándolo y transcribiéndolo al alfabeto latino, creando un alfabeto que pudiera adecuarse a le piel de este lenguaje aún vivo, en mucho gracias a él.
Por consejo de Antonio Caso se dedicó a narrar las leyendas que su pasado le había dejado en la cabeza y así se atoró con las letras para siempre. Su primer libro fue Los hombres que dispersó la danza, excelente, pero Andrés no se detuvo en ese e inundó el país de letras amables, de letras combativas, de letras duras y suaves, dulces y violentas, para retratar su paso por el planeta.
Con el tiempo, este muchacho de pueblo llegó a ser miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Menudo, rechoncho, con un eterno sombrero que lo hacía personaje de cuento, Henestrosa se volvió sinónimo de Oaxaca, desde donde brincó a la capital para dedicar su vida a promover y narrar las culturas de México.
Entre otras muchas de sus obras, son recomendables: Retrato de mi madre; El remoto y cercano ayer; De Ixhuatán, mi tierra, a Jerusalén, tierra del Señor; El maíz, riqueza del pobre; Espuma y flor de corridos mexicanos. Además, dirigió las revistas El Libro y el Pueblo, Mar Abierto y de Otros Mundos y fundó Las Letras Patrias.
A los 101 años, Andrés, finalmente, apaciguó su espíritu el 10 de enero de 2008. Para recordarlo, te dejo una pequeña probada, para que te sigas, porque siempre es necesaria la buena poesía. Esta es muy adecuada para tiempos como los actuales, donde andamos un poco “chípil”:
Aspiración al llanto
Y ¿por qué no he de decirlo
si es verdad
que hay días en que tengo
muchas ganas de llorar?
Nadie me ha ofendido,
nada está fuera de su lugar:
el día se levanta claro y azul,
la noche coge amorosamente la luz,
pero, ¿por qué es que tengo a veces
tantas ganas de llorar?
Un llanto que así me llega de tan lejos,
que ignoro la fuente de donde mana,
que se me figura el todas las penas del mundo,
¿Por qué he de avergonzarme de verterlo
ante los hombres?
Pues ¿quiénes han de llorar sino los hombres,
sino aquel que por serlo comprende el tamaño de una pena.
o el tamaño de una dicha,
las solas dos cosas que nos hacen llorar?
Pero no solo, amiga,
¿no te dije alguna vez que las lágrimas caen de rodillas
si las produce la desdicha, pero de pie
si la alegría?
¿Por qué esa hoja que lo mismo que una lágrima
se desprende del árbol
y suavemente se posa sobre la tierra,
me enternece ciertos días?
¿Por qué esa nube que boga por el cielo
como un velamen de plata,
lleva en el vientre lágrimas,
que buscan mis ojos para disolverse?
¿Por qué esa brisa inocente
tiene a veces fuerza de huracán?
Ya sé, amiga, que no son solo mis penas,
ni solas mis dichas,
sino las del mundo y las del hombre
las que así, a veces, sin quererlo,
me hacen llorar.