Por Luis Jorge y Juan Carlos Arnau Ávila
Antes de los megaproyectos, de las enormes inversiones, de unir la isla con tierra firme, Cancún era el paseo vespertino partiendo de Isla Mujeres, el sitio ideal para que los lancheros cocinaran caracol en la playa mientras los turistas caminaban por una arena que parecía talco ーjusto donde más tarde se construyó el Hotel Camino Real.
Era otro tiempo y otro tipo de turismo. Pero todo cambió cuando se planeó orientar esa parte de México al turismo. La idea era traer divisas pero el proyecto tuvo un desarrollo formidable, tanto, que INFRATUR, antecedente de FONATUR, se convirtió en un inventor de resorts y más tarde influyó y asesoró a Roatan en Honduras, a Punta Cana en Dominicana y a Casa de Campo en Jamaica, entre muchos otros, sin dejar de lado a Los Cabos y Riviera Nayarit, buscando replicar este caso de éxito.
Lo bonito siempre tiene un precio. Cancún ha sobrevivido a varias plagas apocalípticas. Ya hemos hablado de los desastres de Gilberto y Wilma, pero hoy se enfoca en controlar el narcotráfico: un drama relativamente olvidado al que urge encontrarle soluciones. También hubo otras afectaciones importantes tras Wilma, en 2005, como la pérdida de arena que se llevaron los vientos. Además de los enormes esfuerzos para traer arena de reposición de lugares tan distantes como Tamaulipas, se comprobó entonces la erosión de la frágil isla de Cancún, en donde se habían construido con mínima planeación los hoteles a pie de playa: un enorme error ambiental.
Hoy, de cara a una nueva realidad multitudinaria, Cancún debe luchar contra la afectación que los planes todo incluido producen al alejarse de la economía local, la enorme llegada de viajeros en crucero cuyo consumo en la Riviera Maya es mínimo (y mucha la contaminación producida), la venta fraudulenta de terrenos y tiempos compartidos, la depredación de los manglares y el reciente problema del sargazo, pero también el impacto de un crecimiento poblacional sostenido de más de 15% anual, imposible de manejar para cualquier asentamiento del mundo. Y por supuesto, como un mal regalo de cumpleaños, el reto mayor: el coronavirus que vació la costa. Ningún reto ha sido tan profundo, tan dañino y generador de tal incertidumbre como este enemigo invisible.
Hoy la palabra Cancún es más conocida internacionalmente que la palabra México y mucho más que la palabra preferida en los sesenta y setenta: Acapulco, que nos introdujo al mercado turístico. Pero en el aprendizaje que nos deja está la posibilidad de hacer un país más humano, más consciente con el medio ambiente, más interrelacionado, que no se aproveche de nuestros recursos sin saber integrarse al entorno. De los buenos y malos pasos de Cancún dependen sitios nuevos, como Holbox, Bacalar y Tulúm. Esperamos saber leer el pasado para no repetir los dramas mencionados en el futuro.
A pesar de todo, Cancún sigue siendo nuestra joya y le deseamos lo mejor en los próximos 50 años, para que supere sus deficiencias y se conserve con donaire y señorío.