He dicho ya en varias ocasiones que cada vez que una lengua muere se lleva consigo un sinfín de saberes y tradiciones ancestrales, maneras de pensar, sentir y ver el mundo, concepciones de la realidad que sólo pueden ser entendidas a través de cada una de las más de 7,000 lenguas indígenas que se hablan mundialmente y sin embargo un porcentaje muy alto está en riesgo de desaparecer.
El estado actual de las lenguas indígenas se puede revisar a lo largo de los conflictos armados que ha atravesado el país, acompañados por procesos de unificación nacional que repercutieron en las prácticas lingüísticas. No es casualidad que el lenguaje sea uno de los principales elementos unificadores. Durante la Conquista, Independencia y Revolución, el español fue —y sigue siendo— la lengua de poder, la lengua que daba identidad y te reconocía como parte de un grupo, de una nación.
Las lenguas indígenas fueron relegadas y aun así permanecieron. Quinientos años de luchar, con las armas y las palabras, quinientos años de desarrollar estrategias que permitan conservar la lengua materna. Quinientos años en resistencia suena agotador y seguramente lo ha sido pero hay que pensar que la opresión es una estructura muy fuerte y lleva tiempo romperla.
Hablar una lengua indígena en el espacio público es por sí mismo un acto de resistencia. Al hacerlo, los hablantes se hacen presentes, existen, demandan ámbitos que se les han negado, incluso llegan a invertir la dinámica de la exclusión cuando, por ejemplo, platican en su lengua y no logramos comprender nada —¿quién es el excluido ahora? A pesar de que México es uno de los países con mayor diversidad lingüística, de que existe una Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos indígenas, un Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, un Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, de que las lenguas que se hablan en nuestros país tienen la misma validez que el español, de que a lo largo de muchos años cada gobierno se ha comprometido a mejorar las políticas públicas y muchas otras cosas que podrían agregarse a la lista, la realidad es que los hablantes de lenguas indígenas son discriminados, relegados, invisibilizados, y hablar una lengua indígena en un país que todos los días demuestra su racismo, es resistir.
La resistencia lingüística de los pueblos indígenas se ha hecho por muchos años y a través de variadas estrategias y acciones. Dejemos de oprimir para que no haya que resistir más. Hagamos una reflexión sobre cómo nuestros prejuicios demeritan la riqueza lingüística y cambiemos. Reconozcamos en esas lenguas la abundancia que contienen.