Se me metió Toledo en la coraza,
y me desmoronó la esperanza.
Me volví un llanto momentáneo
y ya extraño su presencia terca
que nos dejó en el desamparo
sin iguanas, chapulines,
monos copulando, sombras turbias.
Hoy tengo a Juchitán en la memoria,
a Oaxaca entera,
tan huérfanos de Toledo como nosotros,
Toledo maestro,
salvaje Toledo,
Toledo solidario,
Toledo mexicano que nos abrió en canal.
Etéreo personaje de ficción realista,
San Francisco de Asís Toledo y Quijote,
de ilógica presencia,
poesía de vida plena,
un alma libre, un alma despeinada.
Se fue Toledo
atado a un papalote
color rojo tezontle
y ocre barro,
nos deja sin nosotros,
nos deja sin resuello
y a un Oaxaca absurdo sin Oaxaca
con una ausencia contundente
tristeando al cielo.
Por tanto Toledo hay que dar gracias
en un íntimo sepelio
como lo pidió en silencio a gritos,
sin ofrendas más que en la memoria.
Pero no sé qué hacer conmigo,
con los huecos,
con el arte sin cabeza del absurdo,
al que ya le falta el nombre de Toledo
y su valor
y su fuerza,
terca fuerza
de una eterna lucha que sigue
y sigue
y sigue,
y seguirá siguiendo.
Morir, para algunos, debería estar prohibido,
Toledo es uno de esos.