Esta época de lluvias, tan característica de nuestro México, es el momento idóneo para recordar algunas de las leyendas que rodean a nuestros mexicanísimos dioses de la lluvia.
Chaac: el come niños maya
La gran peculiaridad del elemento agua en la cultura maya es que se consideraba que no sólo provenía de la lluvia, sino también, y fundamentalmente, de los cenotes. Cuenta la leyenda que los mayas creían que las nubes se formaban en los cenotes y los ayudantes del dios Chaac, unos hombres enanitos, las llevaban después al cielo para que desde ahí cayera la lluvia.
Debido a la importancia de los cenotes, Chaac era adorado en las cuevas subterráneas y se dice que cuando le ofrecían sacrificios, el dios prefería que fuesen niños por el parecido que tenían con sus ayudantes.
A veces se habla de Chaac como un solo dios y a veces como cuatro chaacs diferentes, que vendrían derivados de los cuatro puntos cardinales. Uno o cuatro, Chaac no sólo controlaba las lluvias y tormentas, sino también fenómenos naturales más destructivos como terremotos o huracanes.
A Chaac lo encontramos representado con escamas, con una larga nariz, con un labio inferior muy prominente; suele cargar en su mano un hacha de piedra con el que golpea las nubes y, a veces, hay lágrimas fluyendo de sus ojos (dicen que para representar la lluvia, pero yo digo que es porque nunca quiso que sacrificasen niños en su honor).
Pitao Cocijo: el respeto a los mayores zapotecos
Para la cultura zapoteca, su dios de la lluvia y de las tormentas era Pitao Cocijo.
Este dios tiene la apariencia de un hombre anciano y la leyenda cuenta que esto es para que recordemos la importancia de la sabiduría de los ancianos. Hoy día, cuando el respeto a los mayores no pasa por su mejor momento, la figura de este dios nos debe recordar ese valor que ha perdido nuestra sociedad actual.
A Pitao Cocijo lo solemos encontrar representado con una máscara alrededor de sus ojos, con una lengua bífida y con colmillos. También aparece con una vasija de agua entre las manos; supuestamente la vasija contiene el agua de lluvia que Pitao Cocijo arroja desde el cielo, pero yo creo que es un cafecito oaxaqueño bien caliente para combatir la humedad.
Yuku: a la tercera va la vencida para los yaquis
Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo el pueblo yaqui sufría una fortísima sequía. Los ancianos se reunieron y decidieron enviar un gorrión para pedirle agua al dios de la lluvia Yuku.
Cuando el gorrión llegó con el dios Yuku, le solicitó lluvias de parte del pueblo yaqui para poder salir de la sequía y el dios le contestó que fuera en paz y seguro de que enviaría esas lluvias. Pero antes de regresar a la tierra, una fuerte tormenta mató al gorrión y las lluvias nunca llegaron a la tierra de los yaquis.
Ante la desaparición del gorrión, los ancianos enviaron ahora a una golondrina que mantuvo la misma conversación con el dios Yuku y que tuvo también el mismo final que aquél.
Al ver que la golondrina tampoco regresaba, en una tercera ocasión, los ancianos decidieron enviar al sapo Bobok, que antes de partir hacia el hogar del dios, se hizo proveer de una alas de murciélago. El sapo pidió agua al dios Yuku y éste se la prometió igual que a sus mensajeros predecesores.
Bobok se escondió antes de regresar a la tierra y vio cómo se formó una tormenta. Con sus alas voló por encima de la lluvia y se puso a croar. La lluvia lo perseguía para matarlo y él callaba para que esto no ocurriese. Así, cada vez que croaba, la lluvia lo perseguía y, de este modo, Bobok consiguió que el agua se esparciera por toda la tierra y los yaquis salieran de su sequía.
Tláloc: un corazón náhuatl y roto
Tláloc fue el más poderoso de los dioses nahuas. De gran corazón y benévolo, se ocupaba de ofrecer lluvia a los hombres desde su gran castillo en la cima de una montaña llena de nubes.
Sus ayudantes, los tlaloques, custodiaban los cuatro cántaros de jade que contenían el agua helada, el agua mala, el agua que secaba los frutos y el agua buena y pura.
Tláloc se encontró un día con la diosa Xochiquetzal y se enamoró de ella pero ésta no le correspondió. Triste y con el corazón roto, Tláloc se encerró en su castillo y dejó de enviar lluvias.
La tierra cada vez se secaba más y el calor aumentaba al grado de que se temía que ardiera en llamas. Los tlaloques solicitaron a Tláloc que enviase de nuevo lluvias a la tierra, pero el dios, dolido, se había convertido en un ser malo y cruel, y ordenó que todos sufrieran por la falta de agua. Ante la insistencia de los tlaloques, ordenó después que se rompieran los cuatro cántaros a la par, pero esto provocaría que la tierra entera se inundara y todos los seres murieran, por lo que los tlaloques no lo hicieron.
Los demás dioses se reunieron para encontrar una solución al preocupante comportamiento de Tláloc. Quetzalcoatl propuso enviar a la bondadosa diosa Chalchiuhtlicue como esposa para Tláloc. La diosa, vestida de jade y con sandalias de caracoles, aceptó ofrecerse a Tláloc y, cuando éste la vio se alegró tanto y su corazón se pudo tan feliz, que envió lluvia de agua buena a toda la tierra.
A este gran dios de sensible corazón lo encontramos representado con ojos saltones y dientes de jaguar, con piel oscura, con unas orejeras cuadradas y un tocado sobre su cabeza (tanto adorno seguro era un gesto de vanidad para verse bello a los ojos de la diosa que le ofreció su corazón).