Mexicanísimo siempre guarda en un lugar muy especial a la grandísima Elena Garro.
Hoy, para rendirle homenaje en su aniversario luctuoso, te dejamos una selección de citas del libro Memorias de España publicado por Paralelo 21. Una obra descarnada y descarada que convierte en humanos (en el más honesto sentido de la palabra) a todos los grandes personajes de principios del siglo XX que nosotros, al idolatrarlos, los deshumanizamos.
«En aquellos días yo era menor de edad, en España había una guerra civil y en México se daban de bofetadas en la calle los partidarios de uno y otro bando. Los mexicanos acudían a la embajada española para enrolarse en el ejército español. “Sí, sí, pero ¿en cuál bando?”, preguntaban los funcionarios. “En cualquiera, lo que quiero es ir a matar gachupines”, contestaban. Al menos eso se decía…”»
«El viaje a España fue feliz. Yo, sin saber cómo ni por qué, iba a un Congreso de Intelectuales Antifascistas, aunque yo no era anti nada, ni intelectual tampoco, solo era estudiante y coreógrafa universitaria. El barco inglés Empress of Britain era imponente y el capitán me mandó flores a la mesa, porque Nicolás Guillén y Juan Marinello hicieron correr la broma de que yo era una estrella rusa de ballet, que viajaba de incógnito.»
«A María Zambrano la vi muchas veces en España, en México y en París, en donde en alguna ocasión se alojó en mi casa. Recuerdo que cuando desayunaba en la cama decía: “Elenita, hoy amanecí muy cartesiana…” Ahora nadie la recuerda o solo hablan de sus gatos… María me pareció siempre una pitonisa. En el café de Pont Royal, en París, cuando le presenté a Adolfo Bioy Casares, me enfadé con ella porque no le gustó “ese señorito literato”.»
«En Valencia, cuando me escapaba a la playa, veía todos los días a un inglés tendido sobre una toalla blanca y con un bañador azul. Nadie se bañaba, solo aquel solitario y yo. Los chiringuitos estaban cerrados y la playa desolada. No fue él quien me dirigió la palabra, fui yo: “¿Usted es ingles?”. “No, soy español”. “Pues tiene un color más bonito que el mío”, dije. “Es que hace mas tiempo que vengo a la playa”, contestó. “Yo casi no puedo venir. Estoy casada con un poeta y a esa gente no le gusta el deporte…”, dije. El joven rubio enrojeció aún más: “ Yo también soy poeta, me llamo Luis Cernuda”, dijo.»
«Paz le llamaba “complejo” al afecto que yo le tenía a mi padre y a mí me resultaba muy complejo aquel “complejo”.»
«Juan y yo íbamos molidos por el peso de Revueltas, que muy tranquilo recuperaba el sueño perdido durante sus días de juerga, sobre el hombro de Juan o sobre el mío. Yo llevaba un cuaderno y le escribía recados a Juan que él contestaba también por escrito. Así surgió “El romance del queso de bola que rueda por la Mancha”. Yo hacía un verso y Juan otro y nos partíamos de risa. A Juan le lloraban los ojos de risa. Adelante, Octavio y Pla y Beltrán preguntaban de cuando en cuando: “¿De qué se ríen?”, y escondíamos el cuaderno, mientras el inocente silvestre continuaba roncando.»