Pocas siluetas son tan emblemáticas en México como la del rostro del cura Hidalgo, personaje conocido, y privilegiadamente reconocido por la historia, sin el que, para bien o para mal, no se puede narrar la Independencia de México.
Protagonista de múltiples retratos, de series televisivas y películas, de billetes y corridos, fue fusilado un día como hoy, 30 de julio, del año 1811. Ese día murió don Miguel, o nació para la eternidad, según se vea. Su vida está llena de misterios, de mitos, de narraciones de lo más variopintas con mayor o menor veracidad en cada caso. El relato de su muerte no se queda atrás. ¿Qué decir sobre Hidalgo que no se haya dicho ya? Sobre todo, ¿qué decir sobre Hidalgo con total certeza histórica?
Dejemos esos pormenores para los historiadores serios y hoy centrémonos en lo importante: en lo inventado, en lo que pudo ser, en el retrato que uno se recrea de esos personajes que no conoció pero que quiere como si fueran de la familia.
Dicen que Hidalgo desayunó chocolate el último día de su vida terrenal. Yo me lo creo; así me cae mejor. Seguro desayunó chocolate pero del de a de veras, del 100% mexicano, un rico chocolate con agua que ni siquiera le gustaba tanto, pero se negaba a tomarlo con leche cual gachupín porque eso iba en contra del movimiento de independencia. Un chocolate y una concha. Desayuno Independentista deberían llamarlo.
Le dijeron si quería pasar a la capilla a orar por última ocasión y dijo que necesitaba más un barbero que un sacerdote, pero era muy temprano y el barbero no había llegado aún. “Pues que alguien me rasure y me corte un poco el cabello, es mi último deseo.” Pero los derechos humanos aún no estaban bien instaurados y no aplicaba eso del último deseo del condenado a muerte. Además, nadie se atrevía a llevar a cabo tal empresa. Muy traidor a la corona pero se le respetaba.
Decidió ir a la capilla para pedirle al capellán, ahí en secreto, que por favor le cortase el cabello. Pero nada, todo indicaba que, para colmo de desgracias, no sólo lo iban a fusilar, no sólo el intento de independencia iba a fracasar, sino que, además, iba a pasar a la historia como un calvo con cabellos largos y despeinados. Y ya dijeron que la cabeza la iban a mandar a la Alhóndiga. Eso sí era crueldad. Pase que lo fusilen a uno por andar de revoltoso y pase que expongan su cabeza para dar fe de que ya lo mataron y de que a los demás revoltosos les esperaba el mismo fin, pero a qué ser inhumano se le ocurre no dejar que un hombre en esa tesitura se acicale un poco.
Iba bajando los peldaños de quién sabe qué escalerilla que le conducía al paredón de fusilamiento, mientras pensaba que en algún lugar había escuchado que después de muerto a uno todavía le crece el cabello. Imagínate. Entendía lo del fusilamiento. No lo compartía, pero lo entendía, tenía su razón de ser; pero eso de negarle a un hombre un corte de cabello digno, eso sí lo sacó de sus casillas. Cerró los ojos y la última imagen que pudo proyecta su mente fue la silueta de una cabeza calva con largos cabellos despeinados. Una tragedia. “Ojalá cuando pinten mis retratos, me peinen un poco, sólo pido eso”, pensó.
Como quiera que haya sido la verídica y fiel vida y muerte de Miguel Hidalgo poco importa ya para un pueblo mexicano que ha adoptado su figura casi como símbolo patrio y que ha encumbrado su nombre en su historia. Hoy, en el aniversario de su muerte, recordamos a este prócer de la patria mexicana al que, como dice nuestro mexicanísimo Luis Jorge Arnau, se le debe tanto, que se le perdona todo, incluso lo de los cabellos.