En mi opinión, tal vez basada en mi experiencia escolar, la enseñanza de la historia es aburrida, limitada y muy pobre, quizá por eso somos reacios a reconocer a los actores importantes y valoramos poco a grandes ciudadanos que han dado rostro a nuestro país.
En el caso del personaje de esta nota, estoy seguro que habría que hacer una película sobre él, sobre su vida como guerrillero, su refugio de cuatro años en la selva veracruzana, su epilepsia durante esos años de fuga constante, perdido y apenas viviendo consigo mismo. Habría que hablar de su nombre rebuscado, mismo que él cambió a raíz de la victoria obtenida en Oaxaca, en 1812, uno de los momentos memorables del ejército de José María Morelos. Habría que darle más importancia en la historia, porque se ha convertido casi en un personaje incidental, pese a ser el primer presidente de México y uno de los únicos que, en ese siglo turbulento, terminó su mandato y logró pasarlo –no sin problemas– a su sucesor.
Duranguense, José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, más conocido como Guadalupe Victoria, fue uno de los pocos que resistieron en aquellos años intermedios, cuando parecía que el movimiento de Hidalgo y Allende había sido derrotado y era un caso cerrado. Pero Victoria y Guerrero nunca dejaron de luchar, aunque fuera como una molesta presencia en la sierra. Más tarde, tras la consumación de la Independencia, reconocido por su patriotismo y respetado entre los que se hicieron cargo de las primeras estructuras de gobierno, fue uno de los mayores contrapesos a Iturbide.
Apresado por el gobierno imperial tras la segunda conspiración de Querétaro –nuevamente, en casa de los Domínguez–, nuestro personaje escapó y regresó a la clandestinidad para volver como integrante del triunvirato establecido tras el exilio de Iturbide (con Pedro Celestino Negrete y Nicolás Bravo). Más tarde, Guadalupe Victoria fue electo como primer presidente de una nación herida y casi quebrada tras la guerra. Sin embargo, pudo darle cohesión a la nueva federación, y su actuación tuvo muchas más luces que las sombras esperadas en aquel caldo de desconfianzas y miedo creado en México tras la salida de los españoles. Hombre paciente, tesonero, Victoria sostuvo el timón cuando casi nadie tenía idea de hacia dónde dirigirse.
No es mi intención dar una clase de historia, sino invitarnos a abrir la mente para leer sobre él, sobre su tiempo, su lucha pese a la enfermedad que finalmente le quitó la vida, y su gran habilidad conciliadora y de mediación que fue fundamental cuando empezó todo. Para querer a México hay que trabajar, todos, por conocerlo, por reconocer aciertos y errores, porque de ahí venimos. Por lo pronto, yo brindaré agradecido por don Guadalupe.
Foto: «Guadalupe Victoria – 02» por Thelmadatter, CC BY-SA 3.0.