Nuestro hermoso Museo Nacional de Antropología fue inaugurado el 17 de septiembre de 1964. Sin embargo, la costumbre de reunir y exhibir objetos pertenecientes a culturas ancestrales es –en nuestro caso– tan remoto como la llegada de los mexicas al altiplano mexicano, pues fueron ellos los primeros en darse a la tarea de explorar y excavar en busca de utensilios antiguos.
El primer presidente del México independiente, Guadalupe Victoria, decretó la creación del Museo Nacional Mexicano, mismo que, décadas más tarde y por mandato del emperador Maximiliano, fue ubicado en el recinto que ocupó durante largo tiempo, en la calle de Moneda número 13, donde existió una singular sección a la que no todo el mundo tenía acceso. Se trató del Salón Secreto.
La historia
Cuando los conquistadores españoles arribaron a nuestro territorio, se toparon con miles de cosas nuevas que les eran absolutamente ajenas, algunas de las cuales los maravillaron, pero otras los escandalizaron e incluso los atemorizaron. Recordemos el contexto.
La expedición de Hernán Cortés ancló en Veracruz en la primavera de 1519, apenas unos cuantos años después del final oficial de la Edad Media. Las mentes medievales de los conquistadores y frailes los llevaron a juzgar erróneamente y a la ligera algunas de las costumbres y ritos que les eran comunes a los nativos americanos. No extraña que prácticas como los sacrificios humanos o la antropofagia les parecieran las pruebas definitivas de que el demonio tenía bajo su poder a aquellas pobres criaturas.
Con la sexualidad ocurrió algo semejante: encontrar hombres y mujeres desnudos, atestiguar rituales en los que la sexualidad jugaba un papel protagónico, descubrir figurillas antropomorfas en las que se exageraban los órganos sexuales, y toparse con dibujos con escenas explícitas, fue demasiado para ellos. El paso lógico fue condenar, prohibir y destruir… aunque muchos objetos sobrevivieron a la censura y a los siglos.
El que estas manifestaciones escandalizaran a los españoles tiene mucha lógica. Durante siglos, la sexualidad humana se vio como algo pecaminoso. Adán y Eva habían sido expulsados del Paraíso luego de acceder a ese conocimiento divino, por el que mutuamente se descubrieron desnudos, por lo que se vieron en la necesidad de taparse, de esconderse llenos de vergüenza.
La palabra misma explica el concepto: lujuria significa abundancia, exuberancia. Algo que es demasiado para el ser humano, imposible de gobernar. Un vicio, un deseo incontrolable sobre otra persona, lo cual pondría a Dios en un papel secundario. Para vencer al pecado de la lujuria, la Iglesia recomendaba la castidad; la forma superior de la templanza que controla, gracias a la recta razón, el deseo y el uso de la sensualidad.
Por esta razón, por ejemplo, El David, la aclamada estatua de Miguel Ángel, construida entre 1501 y 1504, que representa al rey David antes de luchar en contra de su peligroso enemigo, el gigante Goliat, muestra al prototipo del hombre perfecto, por dentro y por fuera: un cuerpo estéticamente balanceado, pero con un miembro viril de proporciones pequeñas y en estado flácido, pues lleva implícita la idea de que el verdadero ser virtuoso es capaz de contener sus impulsos carnales.
Por el contrario, a las representaciones de demonios y otros seres infernales se les representaba con enormes y erectos miembros, pues eran salvajemente sexuales, lujuriosos, débiles y corrompidos por naturaleza.
Cuando los frailes españoles se encontraron con figurillas de arcilla que representaban a hombres con miembros erectos, algunos de las cuales, evidentemente, simulaban masturbaciones, o con representaciones de vaginas, enormes falos de piedra, y cerámicas con escenas sexuales, procedieron a la censura. Una censura que sobrevivió hasta el siglo pasado.
El recinto
Fue en la segunda década del siglo XX cuando el doctor Ramón Mena, jefe del Departamento de Arqueología del Museo Nacional, tuvo la idea de reunir esta clase de piezas y preservarlas para su estudio.
La colección se ubicó en el segundo piso de aquel viejo museo y su naturaleza fue tan peculiar que no hallaron mejor nombre para llamarla que “Salón Secreto”. Un recinto donde se resguardaban piezas de culturas tan diversas que iban desde la maya hasta la mexica, pasando por la huasteca, la tarasca y la zapoteca, entre otras.
En 1923, Mena elaboró el Catálogo del Salón Secreto, en el que asentó que la colección se componía de 31 ejemplares en piedra, 48 en barro cocido, nueve dibujos, un vaciado y una fotografía, misma que había sido tomada en 1890 en Huejutla, Hidalgo.
Hay que decir que la entrada a este Salón estaba autorizada exclusivamente a investigadores con permiso en mano.
Con los años, la colección se fue ampliando con piezas traídas incluso de Europa y Asia, pero su tamaño final se desconoce.
Cuando el museo se mudó a su actual sede, en el bosque de Chapultepec, la colección del Salón Secreto se desintegró. Algunas piezas se colocaron en las salas correspondientes, según su cultura de procedencia, pero otras más desaparecieron. Se cree que otras permanecen en las bodegas del museo. Incluso, en 1993 la revista Proceso solicitó el ingreso al lugar para contar las piezas de naturaleza fálica, pero les fue negada la entrada.
Combinando historia con fantasía, la existencia del Salón Secreto se ha convertido en una fascinante leyenda que echa a volar la imaginación.
Fotos:
- «Museo Nacional de Antropología» por katiebordner, CC BY 2.0.
- «Museo Nacional de Antropología» por LWYang, CC BY 2.0.
- «aztec sun stone» por Xuan Che, CC BY 2.0.
- «Museo Nacional de Antropología e Historia» por Marcos Guevara Rivera, CC BY 2.0.
- «Museo Nacional de Antropología (The Pyramid of the Feathered Serpent)» por Matt Robinson, CC BY 2.0.