10 de abril, una fecha memorable en la corta historia de un país que apenas celebraba su primer centenario. ¿El año? 1919, año terrorífico, tal vez uno de los más convulsos por los diferentes contingentes políticos que buscaban mandar en el país, cada uno con su propia historia de éxitos y derrotas, virtudes y defectos. Ese abril mataron a Zapata e iniciaron una leyenda que aún nos acompaña hoy.
100 años sin Zapata o, tal vez, 100 años con Zapata como estandarte, como símbolo del héroe surgido del pueblo para reclamar por cientos de años de opresión y de falta de respeto para las comunidades campesinas, quienes eran, hasta hace pocos años, el soporte principal de este país.
Pero no todo era Zapata. En esas mismas fechas, mientras una traición lo vencía finalmente en Chinameca, el país estaba sumergido en un complejo rompecabezas donde el caos era una palabra común.
1919 es uno de los años más complejos de nuestra historia. La hambruna y el desencanto agobiaban a la población. Tres semanas antes de ser asesinado, Zapata había recriminado a Carranza sus decisiones de gobierno, que iban en contra de los postulados campesinos. Tal vez ahí firmó su sentencia de muerte, sentencia que había estado en el ambiente por años, desde el gobierno de Porfirio Díaz, porque Emiliano era terco y persistente, difícil de vencer y más aún de quitar del camino.
Eso no era todo, cerca de medio millón de mexicanos –de esto se habla poco– habían fallecido en los últimos meses debido a epidemias (para algunos textos, fue cólera, en otros se habla de influenza), causando el último decrecimiento poblacional en el país, casi un 5% menos de los 15 millones de habitantes que vieron el inicio de la Revolución, lo que muestra que, al igual que durante el periodo colonial, las enfermedades fueron mucho más mortíferas que las armas.
Unos y otros se decían ganadores o prometían prontas victorias. Felipe Ángeles regresaba a México para incorporarse a la lucha revolucionaria, lo que le causaría ser fusilado meses más tarde. Los caudillos eran también criminales y los buenos no eran tan buenos como parecían (tampoco los malos). De esto, hace un siglo, en mucho hemos avanzado y en algunas cosas seguimos pareciéndonos mucho a esas cuadrillas que buscaban primero el reconocimiento propio y ocupar la silla máxima, que conciliar a un país cansado.
Zapata será aplaudido por muchos que –de vivir hoy– estarían solicitando para él cárcel o muerte. Así es la historia, ajusta a los personajes para volver amables a los incómodos. Por eso no hay que olvidar la historia y recordar el pasado, sería el mayor orgullo para aquellos a quienes hoy aplaudimos, que su lucha haya servido para crear un mejor país.