Más de 14 mil kilómetros de mar los separaban, una travesía en barco era prácticamente inimaginable, pues la Tierra era plana y no había forma de llegar a oriente por el oeste… a pesar de todo, se logró.
La otredad se puede definir como la medida en la que los demás son distintos a uno mismo; permite conocer, respetar y convivir, viviendo experiencias distintas y apreciando la realidad con otros ojos. El sentimiento de lo diferente es lo que mueve al hombre a descubrir, a viajar, a aventurarse a lo desconocido y a explorar más allá de aquello que le da identidad. Marco Polo fue uno de esos valientes que se vio inmerso en una cultura completamente distinta a la occidental y, cuando regresó a casa, todos quedaron hipnotizados con sus historias y el sentimiento de curiosidad por lo auténtico comenzó a fortalecerse en Europa.
Magallanes murió en batalla en islas americanas, pero antes logró descubrir la existencia del archipiélago filipino. Fue, sin embargo, gracias al poco reconocido Andrés de Urdaneta que Filipinas se convirtió en el punto clave para el comercio español de los siguientes 250 años, un comercio que fusionó la cultura oriental, la occidental y la del nuevo mundo: América.
Fue a los 17 años cuando Urdaneta, cosmógrafo y navegante vasco, comenzó su relación con el mar, embarcando una de las siete naves españolas que buscaban bordear el estrecho de Magallanes y llegar a las Filipinas. El joven sufrió junto con la tripulación una constante lucha contra el escorbuto, el hambre y los enemigos portugueses, pero fue también uno de los pocos sobrevivientes. Dada la situación y la falta de tripulantes, el español terminó con un puesto importante en la nave a pesar de su casi nula experiencia y corta edad.
En los años que siguieron, Urdaneta regresó a Europa, viajó a México, formó parte del gobierno virreinal y se unió a los eclesiásticos agustinos. Era un hombre muy metódico y conocedor del mar, dominaba al Pacífico como a la palma de su mano, sabía de memoria los sistemas de navegación y conocía como nadie las corrientes y vientos que azotaban al gran cuerpo de agua.
El rey Felipe II necesitaba a alguien para liderar una peligrosa expedición desde México hasta las islas Filipinas, pues era una ruta que lograría un intercambio cultural y que, además, facilitaría y agrandaría el comercio de la época. Al escuchar hablar de Urdaneta, el rey le confió la responsabilidad y sin más, el español de 57 años comenzó a preparar los víveres, ricos en vitamina C para evitar el escorbuto, los barcos, grandes y resistentes y también inició el reclutamiento de la tripulación que unos años después, bajo comando de Miguel López de Legazpi y con Urdaneta de navegador, logró llegar a su destino luego de dos meses de viaje. Entonces comenzó el reto: el regreso de Manila a Acapulco. Se sabía que era una ruta larga, tediosa y arriesgada, que implicaba también muchos inconvenientes y que nadie, además del ferviente español, se atrevía a desafiar.
«Aprovecha los últimos ramalazos del monzón del Suroeste, un viento estacional que sopla seis meses de un lado y seis de otro, para subir en latitud a la altura de Japón», relata José Ramón de Miguel, biógrafo de Urdaneta. «A esa altura ya logra huir de los ciclones tropicales y coge los vientos normales del verano, que van cambiando conforme se va moviendo la expedición a lo largo de cuatro meses. Una vez arriba coge la corriente de Ártico, cuya existencia conocía, para bajar costeando por la costa de Estados Unidos hasta el puerto de La Navidad, que pasa de largo para llegar a Acapulco, como lo tenía planeado.»
De esa forma, el 8 de octubre de 1565 Urdaneta logró superar los obstáculos del Pacífico, llegando a su destino luego de haber hallado la ruta más corta y dando origen a la mítica Nao de China o Galeón de Manila. “Salimos, navegamos y llegamos”, decía el navegante español luego de haber logrado su cometido, roto un récord con la duración de 4 meses del “tornaviaje” y haber triunfado con la misión ordenada por el rey.
“¿Qué era la Nao de China? Algo que se escapa a la historia, una nave de Turner esfumada en el resplandor del crepúsculo, un tesoro de Aladino que cabalgaba sobre la espalda del océano, un purgatorio marinero, un barco fantasma, la nave de locos, la ambición de los reyes, el botín de los piratas, la falda de las mujeres, los manteles de Damasco, el pañuelo de los adioses, el sufrimiento humano, la lotería de los pobres, la riqueza de las naciones, el ave del paraíso, esa magia que duró 250 años y que sólo se extinguió cuando el viento de la Independencia la echó a pique y que permanece intacta en el fondo del mar” (Benítez, 1992).
El Galeón de Manila llegó a intercambiar personas, manifestaciones culturales, ideas y modos de vida, de forma que mediante las más de 40 embarcaciones que llevaban a cabo de dos a cuatro travesías al año, se logró un intercambio cultural entre Manila, capital de Filipinas y Acapulco, puerto importante de México que obtuvo prosperidad gracias a las fiestas que se organizaban cada vez que la embarcación tocaba tierra.
De México salían vinos y aceites europeos, cacao y pigmento de cochinilla, mientras que de Manila llegaban la seda china, las porcelanas y maderas asiáticas, productos vegetales, especias y oro, que se quedaban en la Nueva España y/o viajaban por tierra hasta Veracruz para posteriormente llegar a España.
Acapulco es el puerto mexicano más importante del Pacífico y, aunque para muchos no es más que un destino de sol y playa, esconde historias de batallas, piratas, embarcaciones e intercambios comerciales que permiten entender la influencia asiática que comenzó en el Virreinato. Tal es el caso del Fuerte de San Diego, fortificación marítima en forma de estrella que es sede del Museo Histórico de Acapulco del INAH. En el gran recinto se exponen distintos episodios de la historia del puerto mexicano, de la Nao de China y del Pacífico mexicano en general. En el mar, la vida es más sabrosa, pero mucho mejor si se conoce su historia.
Foto principal: «En la actualidad, aquí se encuentra la sinfonía del mar» de Eduardo Francisco Vázquez Murillo, CC BY-SA 2.0
Fotografías: «La Bahia de Acapulco, vista total» de Eduardo Francisco Vázquez Murillo, CC BY-SA 2.0
«El fuerte de San Diego, resguardaba al puerto de los piratas» de Eduardo Francisco Vázquez Murillo, CC BY-SA 2.0
«Fuerte de San Diego, Acapulco Guerrero» de Comisión Mexicana de Filmaciones, CC BY-SA 2.0
«Fuerte de San Diego, Acapulco» de Comisión Mexicana de Filmaciones, CC BY-SA 2.0