“La poesía es útil, porque el arte de igual modo que la industria y que la ciencia es necesaria al hombre”. – Manuel G. Revilla
La poesía es una interpretación de la realidad desde los ojos del poeta, pero muchas veces ésta representación termina siendo más atractiva que la naturaleza misma, gracias a los elementos que cada artista añade en su obra y que hacen que ésta tenga un mayor encanto y calidad. Esa es la magia del arte, una forma de revelación en contra de lo establecido, en contra de lo real y en busca de una perfección de lo perfectible.
Juan de Dios Peza fue un político y poeta que vivió los últimos años del siglo XIX y floreció como autor a principios del siglo siguiente. Nació en una familia conservadora, pero su educación en la Escuela Nacional Preparatoria y las amistades que formó a lo largo de su vida, lo convirtieron en un pensador liberal y nacionalista.
“El Nigromante” fue su maestro y mayor consejero en su etapa política, donde ocupó también varios puestos políticos, como diputado del Congreso de la Unión y secretario de la legación de México en España, junto con Vicente Riva Palacio. Aunque su pasión por el liberalismo y la política eran fuertes, su afición por las letras era más grande. Fue así como perteneció a la Academia Mexicana de la Lengua y fundó la primera sociedad de autores mexicanos.
Su vida personal, sin embargo, no fue miel sobre hojuelas, ya que su esposa lo abandonó y lo dejó a cargo de tres hijos. El poeta, con el corazón roto, tuvo que hacerse cargo de Concepción, Margarita y Juan, criarlos, educarlos y acompañarlos en todo momento. Su amarga experiencia se tradujo en “Cantos del hogar” que, curiosamente, fue la obra que le otorgó fama sin precedentes. En la época, su obra era tan popular, que se tradujo al ruso, francés, inglés, alemán, italiano y japonés.
Los textos de Peza son descritos como claros y fluidos, con un estilo único; su poesía, realista, romántica y con infinita ternura. A continuación, coloco dos poemas del aclamado autor, que me parecen ejemplos adecuados para conocer su estilo y forma de ver la vida.
ACUARELA
Una calleja sombría,
Una dama, un rondador.
Breve diálogo de amor
Acabado « en tuyo » y « mía ».
De un beso el eco sonoro,
Dos suspiros, luego un « sí »,
Un « no te olvides de mí »,
Un « ¿me quieres? » y un « te adoro ».
Después el rodar de un coche,
El cerrarse de un balcón,
Y en la torre el triste son
De las doce de la noche.
Tal es el cuadro que dejo
A un pintor original;
No es propio y es nacional,
Es muy nuevo y es muy viejo.
INMORTAL
Al rumor de la orquesta, entre el ruido
Que del aplauso en el salón resuena,
El eco escucho de tu voz serena,
Y pertinaz me sigue tu gemido.
Arcángel de mi amor, ¿dónde te has ido?
Tú ya duermes en paz, yo vivo en pena,
Y sólo tu recuerdo es el que llena
Mi corazón llagado y dolorido.
Donde quiera que estés ¡oh mi tesoro!
Verás bien cuánto sufro con no verte,
Cuánto entre risas por tu ausencia lloro;
Cuánto maldigo mi contraria suerte.
Mi conciencia es tu altar; allí te adoro;
Y tu amor inmortal vence a la muerte.
Foto principal: «Madrid #12 Calle Fuencarral» de Frédéric Glorieux, CC BY-SA 2.0