Hace apenas una semana fue la carrera Sal a Valle. Ya pasó la famosa semana de recuperación y el dolor de piernas, pero la emoción de haberla corrido no se me acaba de resbalar. Para los que no han escuchado de esta locura, Sal a Valle es la primera carrera de relevos en México, son 120 kilómetros que se corren entre cinco atletas, empezando en Ixtapan de la Sal para llegar a Valle de Bravo. La única regla: nunca puedes dejar de correr.
La carrera comenzó a llevarse a cabo en el 2017. En ese entonces éramos tan solo 20 equipos los que participamos; un centenar de valientes que nos atrevimos a medirnos en las montañas heladas y carreteras ardientes sin adivinar lo que realmente nos esperaba. Este año éramos 60 grupos y yo iba más preparada, pero lo que pasa en la naturaleza cuando uno se atreve a recorrerla sin inhibiciones, dejando el alma entre los árboles, no se repite y tampoco se olvida. Mi mente se quedó en el pavimento, en la camaradería, en el apoyo de la gente que habita los montes que unos locos se atreven a devorar una vez al año. Con el afán de que las competencias de relevos sigan creciendo y de que mis palabras puedan invocar a otros nómadas, comparto mi experiencia.
Llegamos a Ixtapan de la Sal el viernes 15 de febrero para hospedarnos en el Marriot y escuchar las reglas y los pormenores de la ruta. Ahí mismo cenamos e intentamos dormir para despertarnos a las 3 de la mañana. La carrera comienza a las 5 y la dinámica es la siguiente: los equipos se dividen en tres corrales según su velocidad para salir con 15 minutos de diferencia y evitar hacer tráfico.
La ruta no está señalizada, cada grupo tiene la libertad de decidir cómo dividir los segmentos entre sus miembros y la responsabilidad de no perderse en el camino. Así que, nerviosos y desmañanados, estábamos esperando a que Ángel, nuestro primer integrante, volara tras el disparo de salida. Y así fue… “¡Tres, dos, uno, boom!”. Veinte figuras fosforescentes fusionadas en un mismo pelotón desaparecieron en la oscuridad, seguidas por sus camionetas, que gritaban palabras de aliento al unísono, mientras se adelantaban al punto de intercambio. Poco a poco los equipos tomaron su propio ritmo y nos fuimos perdiendo, acompañados por quienes significarían nuestra competencia por el resto del recorrido. Hubo subidas, bajadas, más subidas, carretera, campo traviesa, perros, ríos, gritos, dolores, risas, cantos y en mi caso hasta lágrimas de agotamiento y de euforia.
Un mes antes del evento habíamos planeado nuestra estrategia y acordado que cada quien comenzaría con 5 km, para después correr en segmentos de 3 km como máximo y 500 metros como mínimo. Así sería todo más explosivo, más rápido, con menos tiempo para enfriar. No fue así; las aventuras no se planean. Después de 30 km estábamos inmersos en la montaña y con total desconocimiento de nuestro avance, lo único que sabíamos era que la cuesta no nos permitía mantener el ritmo por más de 500 metros, y después de un rato por más de 200. Así que corrimos 200, pero corrimos cada uno como si fuera el ultimo que fuéramos a correr. Nos subíamos agotados a la camioneta cuando nos relevaban, por dos minutos veíamos al resto del equipo partirse la madre y entonces nos bajábamos y hacíamos lo mismo.
En ocasiones estábamos solos, pisándonos los talones con algún equipo o acompañados de Imanol, que nos ayudó manejando la camioneta y corriendo a nuestro lado cuando pensábamos que no podíamos más. Íbamos enamorados de ver a los miembros de nuestro equipo salir disparados, del campo verde y hermoso y hasta de nuestros competidores, que de inmediato se volvieron buenos amigos. Los locales y los niños se emocionaban de vernos corriendo y nos aplaudían, llenándonos de energía. Y así fue como, rapidito, se fueron 120 km. Cuando menos lo esperábamos, llegamos al último segmento. Alex, el más rápido del equipo, se bajó de la camioneta junto con Imanol, el resto nos adelantamos para estacionarnos y llegar juntos a la meta en donde nos estaban esperando ansiosos los equipos que llegaron antes.
Nunca pensamos hacer el tiempo que logramos, superamos por mucho nuestras expectativas. Ese es el poder del grupo, te lleva más rápido y más lejos de lo que imaginas, te impulsa y te contiene. No me queda más que agradecimiento a mi equipo –Sofía, Javier, Imanol, Alex y Ángel–, admiración por los recorridos de México y la sonrisa de su gente, y ganas de volver a hacer algo similar pronto, ya sea de Ixtapan de la Sal a Valle o en algún otro lugar.
Fotos: Gabriela García Landa.