Luis Jorge Arnau escribía en este mismo espacio un artículo titulado “Hablar sobre los vivos”, en el que sus palabras de admiración iban dirigidas a personajes de suma importancia en nuestro país, como Miguel León Portilla, Alfredo Quiñones, Guillermo del Toro y Fernando Landeros. Su mensaje es bastante certero: tendemos, tal vez por una cuestión cultural, a venerar a quienes admiramos hasta que ya se fueron.
Sin embargo, la historia se repite con la gente que tenemos cerca. A veces perdemos a alguien de manera inesperada y nos arrepentimos de no haber dicho lo que siempre quisimos que supiera; pero el hubiera no existe y por eso debemos valorar a quienes todavía tenemos con nosotros.
La unión de la familia tan característica del mexicano y el compadrazgo de las amistades que forjamos, no deben perderse; está bien si realizamos altares de muerto por nuestros familiares y amigos fallecidos, pero no debemos perder de vista que, mientras tanto, tenemos a muchos más seres queridos vivos con los que pasar el tiempo.
Las preocupaciones de la vida, el trabajo y las ocupaciones siempre podrán esperar, pero la gente que queremos no podrá esperarnos por siempre, debemos siempre procurar un espacio para estar con ellos, para decir lo que sentimos y no vivir el resto de la vida atormentados por el hubiera.
Que la tradición de la familia nos lleve sí a recordar a nuestros difuntos armando un altar todos juntos, pero también a comer, platicar y compartir tiempo de calidad con los que más queremos, porque nunca sabremos cuándo será la última vez que los veamos.
Dice el dicho popular que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, por eso ahora nos toca reflexionar sobre los seres queridos que aún tenemos con nosotros, antes de que solo los veamos en un altar de muertos.