El pasado 20 de octubre tuve la oportunidad de ser parte del panel de presentadores del libro Los personajes del virreinato, de Editorial Paralelo 21, la casa editora de nuestra querida revista Mexicanísimo. Se trata de una obra fresca y por demás útil que nos permite acercarnos a los tres siglos de dominio español en México de una manera amena y entretenida. Es decir, por medio de las vidas y las obras de destacados personajes que influyeron en el curso de la historia.
Comparto a continuación el texto que escribí para la ocasión, con la certeza de que este libro merece estar en todas las casas del país.
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El virreinato de la Nueva España se creó oficialmente el 8 de marzo de 1535 y se desintegró al término de la Guerra de Independencia, en 1821. Si consideramos que la ciudad de Tlatelolco cayó el 13 de agosto de 1521, estamos hablamos de 300 años; tres siglos exactos de dominio español sobre los actuales territorios mexicanos.
Han pasado 208 años desde que el cura Hidalgo dio su famoso Grito. La Nueva España duró 300 años.
Puesto así, en perspectiva, resulta complicado saber por qué esta importante etapa de nuestra historia, que es, de hecho, la más larga de todas las etapas por las que hemos transcurrido como pueblo, se estudia tan poco en las escuelas, y en general es desconocida para la gente.
Resulta complicado, sí, pero yo aventuro una hipótesis: nuestra etapa como virreinato, nuestros tres siglos de dominio español, nos son sumamente incómodos.
Los mexicanos en general no tenemos problemas para sentirnos orgullosos de los 200 años de existencia de la gran Tenochtitlan; la suntuosa capital del estado mexica. Nos asombramos con cada nuevo descubrimiento, sentimos fascinación por los dioses de piedra, por las crónicas antiguas, por las enseñanzas de Quetzalcóatl, por los sistemas de pensamiento prehispánico. Pero nuestro pasado virreinal nos provoca un verdadero conflicto.
En el gran ánimo nacional, sentimos como una derrota la caída de Tenochtitlan, como una afrenta el virreinato y como una victoria maravillosa el Grito de Dolores.
En automático, y tal vez de una forma inevitable, nos ponemos del lado de los perdedores, cuando deberíamos colocarnos en las filas de los vencedores. Sí, eso somos: somos los vencedores. Somos el resultado de una mezcla, aunque no exenta de dolor ni de vicios, de enormes y maravillosas civilizaciones que a su vez se nutrieron de otras tantas civilizaciones.
Lo dijo alguna vez don Miguel León Portilla: los mexicanos no somos los gatos de la historia. Y esto lo digo yo ahora: si los mexicanos fuéramos conscientes de cuáles son nuestras raíces, es decir, si fuéramos de verdad conscientes de dónde venimos, de qué nos dio origen como pueblo, de dónde están sembradas nuestras flores y de dónde está fincado nuestro corazón, seríamos invencibles.
Conocernos a nosotros mismos es un paso indispensable para ser mejores. Por eso me siento orgulloso de ser parte de este libro. Porque Los personajes del virreinato ayudan de forma práctica y amena a llenar ese gran hueco de la historia nacional llamado virreinato.
Un virreinato que no fue cualquier cosa; que, por el contrario, fue complejo y a veces hasta contradictorio. Un virreinato en el que convivieron Sor Juana y La Llorona, la Virgen de Guadalupe y la Virgen de los Remedios, Juan Ruiz de Alarcón y el Negrito Poeta. Sabios consumados como Carlos de Sigüenza y Góngora y soberanos pen… tontos, como el virrey Félix Berenguer de Marquina o el Alcalde de Lagos, e incluso el joven Felipe de las Casas que más tarde se llamaría Felipe de Jesús y sería el primer santo mexicano, y Sebastián de Aparicio, aquel beato cuyo cuerpo permanece incorrupto en el Convento de San Francisco, en la ciudad de Puebla, y a quien se le considera no sólo el inventor del oficio de los carreteros, sino también el primer charro mexicano.
Trescientos años de hechos por demás relevantes y curiosos, como la fundación de la primer Casa de Moneda del continente; la aparición de la primera pinta en un muro público (grafiti, le llamaríamos hoy); la normalización de las autopsias, que estaban prohibidas en Europa; la organización de la primera taquiza hecha con carnitas de puerco; el motín de 1692 provocado porque a las cosechas de maíz les cayó el chahuistle; el escalofriante caso de la mujer errada, ocurrido en la actual calle de República del Perú; los amoríos de la Güera Rodríguez con Iturbide, Alexander von Humboldt y Simón Bolívar, sin olvidar a uno de sus maridos fallecidos, cuya causa de muerte fue, ni más ni menos que, por “enfriamiento por destape de cobijas”.
Cómo olvidar el impactante caso del aparecido de la Plaza Mayor, el cual, los integrantes de la Santa Inquisición le atribuyeron al mismísimo Lucifer; los asesinatos cometidos por don Juan Manuel a las once de la noche en punto, pues buscaba, por órdenes otra vez del demonio, al hombre que mancillaba su honor; la enigmática Monja Alférez; y el siempre misterioso crimen de La Profesa, sucedido aquí, en contra esquina de donde hoy nos encontramos, y que fue también el escenario donde las ideas de libertad tomaron forma y fuerza definitiva para consumar la independencia.
Sí, aquí afuerita fue donde el México que hoy conocemos comenzó a nacer.
Foto: «Museo de Estanquillo» de TJ DeGroat, CC BY 2.0.