La Plaza Garibaldi, en el centro de la Ciudad de México, es un lugar histórico por diversos motivos. Por tradición, es el sitio indicado para terminar las fiestas, continuar la parranda, compartir la alegría y derramar las penas. Al son del mariachi, al calor de un tequila, con las manos en una quesadilla o sosteniendo la tradicional máquina de toques, las noches saben mejor.
Alrededor, el pasado se mezcla con el gusto: desde el Paseo de los Ídolos de la Música Mexicana, donde podemos encontrar las estatuas de personajes como Pedro Infante, Agustín Lara, José Alfredo Jiménez y Juan Gabriel, hasta las pulquerías, changarros de antojitos y salones de baile, sin olvidar los famoso e indispensables, como el Salón Tropicana, el Guadalajara de Noche, el Tenampa y el Mercado de San Camilito, donde comer es un placer.
Este lugar, sin embargo, es más antiguo de lo que parece. Durante la época prehispánica, el sitio perteneció al barrio de Cuepopan, uno de los cuatro que conformaban la ciudad de México-Tenochtitlan. Ya en el virreinato, se convirtió en la Plazuela del Jardín y, al estar fuera de la traza de la capital española, comenzaron a vivir ahí los indígenas más pobres, incluso los que eran considerados vagabundos, borrachos o ladrones.
En el siglo XIX se establecieron diversas pulquerías, las cuales solo podían vender sus productos desde los mostradores ubicados en la entrada de cada local, pues la clientela tenía estrictamente prohibido pasar al interior, de tal modo que, para beber el tlachique, los clientes debían llevarse su jícara y buscar un lugar desocupado en la gran plaza. Siempre había un pedazo de banqueta o una esquina propicia para hacerlo. Hoy, una placa, en inglés, afirma que “Los mexicanos han bebido pulque desde el siglo XI. Era la bebida favorita de los emperadores aztecas”.
En 1871 se inauguró el famoso mercado El Baratillo, célebre por la naturaleza de los productos que en él se comerciaban: objetos de segunda, tercera o cuarta mano y, a veces, hasta robados. Un gran mercado de chácharas, diríamos hoy, en el que era posible encontrar de todo a bajos precios. De hecho, aun ahora, en las calles de República de Honduras e Ignacio Allende, y no se diga un par de cuadras más allá, en La Lagunilla, aún es posible encontrarse con esta clase de comercio digno del mejor coleccionista o de un museo.
Al ser un barrio marginal, no resultaba extraño que toda la zona fuera frecuentada por léperos, pelados y borrachos, ni que los robos abundaran. De hecho, a unos cuantos metros del lugar, a un costado de la calle Belisario Domínguez, se levanta la capilla de la Concepción Cuepopan, también conocida como La Conchita o Capilla de los muertos, que tras las Leyes de Reforma sirvió un tiempo como depósito de cadáveres de los pordioseros.
Para darle un rostro más amable, los comerciantes y vecinos propusieron realizar diversas mejoras, como la construcción de un mercado bien establecido, la renovación del jardín e incluso la instalación permanente de una feria, que le regalara aire familiar. Así, poco a poco comenzaron a llegar los carruseles, los volantines, los trenecitos impulsados por vapor. En 1909 se anunció la gran reinauguración, ya con el nombre que la distinguiría para siempre: Plaza Garibaldi, en honor al héroe italiano Giuseppe Garibaldi.
El toque final lo dio el presidente Pascual Ortiz Rubio, quien autorizó la instalación del primer mariachi, a cargo de don Cirilo Marmolejo. Hoy, el lugar cuenta incluso con un Museo del Tequila y el Mezcal (Mutem) y con una Escuela de Mariachi, llamada Ollin Yoliztli Garibaldi.
Es verdad que en los tiempos actuales la zona no es precisamente la más segura, y que este histórico lugar se encuentra bajo el ojo público no por las mejores razones, pero lo peor que podemos hacer como ciudadanos es bajar los brazos, encerrarnos y dejar que los malos mexicanos se apoderen de nuestro país. Lo primero que debemos hacer es informarnos, saber dónde estamos parados, sentirnos orgullosos de las cosas que valen la pena y luchar desde nuestros lugares por cambiar lo que sea necesario.
Hagamos nuestras las plazas y las calles, y disfrutemos la ciudad.
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